«En la medida en la que el éxtasis se acrecienta con la audición, aumenta el viaje y el vuelo del espíritu».
El trayecto en coche se hace un suspiro, observando el latir de ese reconocido paraje que siempre le da bienvenida con serenidad y Mei al volante hablando lo justo, con su acento ya teñido de norteño, dejando espacio para la transición. Pero al entrar en el Corredor, afloja la marcha y sube el volumen de la radio, dejando que los acordes de… «Freed from Desired» inunden la escena.
– Esta canción siempre me hace pensar en ti.
– ¿Ah sí? No sé si tiene mucho que ver conmigo…
– Claro que sí. Cuando conociste a Lucía, en el chiringuito de Tuia. Había un grupo bastante bueno tocando versiones, estábamos los dos, con Helena y la gente de su grupo de teatro, y habíamos tomado unos cuantos vinos. Quisiste meterte con Charlie y te pusiste a bailar… Ni si quiera te habías fijado en ella, pero se puso a bailar contigo, así, sin más, y tú entonces la viste. Y ya nunca has dejado de verla. Pero te dices a ti mismo que no has escuchado esta canción, y que esa no es tu historia.
– Joder Mei.
– Ya, perdona… Pero sonó la canción.
– Ya coño pero esas no son formas. Además, creo que estás equivocada, sé muy bien cuál es mi historia, así que no sé qué quieres decir.
– ¿Y sabes cuál quieres que sea?
– No te entiendo…
– Pues que esa historia se escribe cada día, y no por eso se olvida, pero se avanza.
– ¿Realmente lo que me quieres decir es que no avanzo?, ¿es eso?
– No, lo que te estoy preguntando es si quieres avanzar, y hacia dónde.
– Acabo de llegar Mei, sé que tenemos ciertos objetivos en este viaje, pero pensé que también habría espacio para la tregua.
– Aquí no hay ninguna guerra, Vic. Perdona si te he importunado. Aquí solo está la gente que te quiere, y tu historia.
Al llegar, la historia cobra vida de golpe convirtiéndose en presente, en realidad, con todos esos gestos familiares, olores, rincones y clamores típicos del pueblo.
Las nubes están tan bajitas que casi forman parte de la atmósfera del patio, en el que la mesa ya ocupa su lugar presidencial para acoger el desfile de productos de la tierra. Aurora está contenta, alborotada, pero sonriente. Joder, si es que pide poco y apenas le dan. Estar en su lugar, con su gente. Pero nunca ha planteado irse de Madrid, una matriarca nunca se separa de sus hijos, ni de sus nietos.
– ¿Quién viene a comer, Ma?
– Solo Lúa, con las nietas, después puede que vengan los primos.
– Genial, ya tenía ganas de estar aquí.
– Yo también hijo, yo también. – No puede esquivar el envite de la culpabilidad. Aurora le mira despacio y le pellizca los mofletes. – Buena falta te hacen unos cuantos pucheros.
Qué razón tiene, como siempre. Cuánta sabiduría en ese cuerpo pequeño y redondeado, tan lleno de energía, a pesar de las décadas, de la soledad. ¿Soledad? Ella nunca está sola. Vive en un permanente abrazo, y su gesto así lo muestra. No como él.
– Tío Vic no veas lo que hemos encontrado hoy en la playa. Es un cráneo extraterrestre.
– ¿Extraterrestre?
– Sí, sí, puede que sea algo marino, igual un monstruo, pero de la tierra no es.
– Menudo descubrimiento, ¿y no tienes fotos?
– Nada de fotos tienes que venir a verlo. Está un poco escondido…
– ¿Te has metido entre las rocas?
– Un poco…
– ¿Lo sabe tu madre?
– Un poco… no.
– Jajaja, ok, ok, te guardaré el secreto. Pero no puedes volver allí si no es conmigo ¿vale?
– ¡Vale!
– Luego podréis pasear por la playa, que en un rato abre y se queda una tarde de sol estupenda. Adara también querrá ir.
Meira sonríe mientras le suelta una palmadita en el cuello a su hijo y continúa para dejar la ensalada sobre la mesa.
– ¿Crees que nos ha oído?
– No… seguirá siendo nuestro secreto.
La comida transcurre tranquila, si se puede llamar así, con el griterío de los mellizos intercambiando expresiones galegas con las nietas de Lúa. Meira también está bastante locuaz, mientras se pone al día sobre las novedades del pueblo. Aurora está más callada, sonriente, pero ausente.
El pueblo siempre ha tenido el poder de salvaguardar vivas las esencias. Y cuando uno vuelve, se siente en casa, pero también se encuentra consigo mismo, con su historia, como bien decía Mei. Seguro que su Ma atiende a los recuerdos de su gran historia, con toda la añoranza y melancolía que colorean lo que ya no está, pero con la sabiduría de lo aprendido. Pero él, en cambio, mantiene el libro cerrado. Y por no leer, no escribe.
Apenas deja que sus emociones se cuelen en su gesto, pero no importa, Mei se levanta para recoger y dirigir a su pequeña manada hacia la zona trasera del patio, su lugar favorito, con el gran Roble, el poyete de piedra, y el pequeño huerto abandonado con unos cuantos utensilios. Mientras Lúa ya se ha levantado sigilosa y con el mismo sigilo se sienta a su lado.
– Deja que esta vieja comparta la sombra contigo.
– Aquí no hay ninguna vieja, y tampoco sombra, porque está nublado…
– Esta vieja sabe que nos tomaremos los licores viendo los rayos de sol, pero tú y yo estaremos a la sombra del Castaño.
– Tú sabes muchas cosas Lúa, de eso no hay ninguna duda, jajaja.
– A veces hay que dudar de las cosas que creemos saber, querido Orfeo. Sobre todo si son sobre nosotros mismos. – Silencio – Te veo muy apuesto, como siempre, seguirás cautivando musas con tu lira…
– ¿Mi lira? Jajaja Lúa eso ha sido muy poético, pero no sé cómo tomármelo, jajaja.
– Mira tú, pues como es, o ahora resulta que tú no sabes usar tu instrumento.
– Jajaja, espero que sí…
– ¿y qué dicen ellas?
– ¿Quiénes?
– Tus musas.
– Creo que no están del todo satisfechas, la verdad.
– ¿Ah no? ¿No bailas con ellas?
– Quizá, puede que sea eso.
La abrasadora imagen de aquella chica de la fiesta “dama de la cama” serpenteando sobre su cuerpo le avasalla sin permiso. Pero se apaga de repente en la soledad de su estudio frente a la fría pantalla del Mac.
– Quizá puedas echarle un poco de magia al asunto. Un buen conxuro para eliminar los bloqueos del corazón y a vivir con pasión.
– Si la solución fuera tan fácil…
– Solo hace falta creer y confiar. Pero estás en lo cierto, eso a menudo resulta muy complicado.
Meira se acerca y deposita los licores en la mesa mientras unos tenues rayos de sol atraviesan los pequeños vasitos de cristal coloreado y translúcido. Él sonríe y niega con la cabeza mientras mira a Lúa y ella clava sus mirada en sus ojos llenándolos de verdad.
– Creer y confiar pequeño Orfeo, y los rayos de sol llegarán… No importa lo gris que parezca el cielo, la luz siempre está detrás y al caer la tarde se abre paso.
– Veo que ya os estáis poniendo poéticos, antes incluso de que fluya el licor – dice Meira sonriente mientras se sienta a su lado.
– La ocasión lo merece, cuánto tiempo ha pasado sin veros aquí sentados juntos.
– Sí, es cierto Lúa, además vinimos con una intención, aprovechar que estamos juntos para preparar el homenaje, este año va a ser muy especial.
Las miradas de las tres mujeres se cruzan provocando una especie de torbellino que aterriza directamente sobre él. Acorralado por las meigas, solo puede rendirse.
– Con vosotras aquí, todo es especial.