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29 – Directo

«Tras la crisis de los elementos, los principios que batallaron, recuperan la armonía».

El silencio retumba en los ecos del público y empapa su mente, adentrándose en su conciencia a través de la densidad. Y al mirar a la pantalla la única ruta posible es la que la que le lleva hasta su carpeta secreta, llena de proyectos inacabados, experimentos, samples, desastres y genialidades, que le invita a sumergirse en sí mismo y explorar… explotar.

Y ahí está, el comienzo perfecto, “El Sonido Primigenio”, una pista de IDM que nunca ha llegado a terminar. Hace más de una década ya desde que se dejó seducir por la idea del sonido como origen del universo después de una conferencia de su padre, e intentó plasmar ese concepto en una canción. El origen, el punto de partida, una onda expansiva que genera un movimiento, como las olas del mar en calma moviéndose en perfecta sincronía.

Una ráfaga comienza a envolver la atmósfera y vuelve los cuerpos más ligeros. Deja que se alargue, apenas ecualizando los matices más sutiles. El bombo pide paso, invocando a la tierra, para que baile con el aire. No hay lugar para el pensamiento. Sabe perfectamente cuál será la siguiente pista, y cuándo entrará. La composición ya está grabada en algún lugar, y está totalmente conectado a él, y a ella.

Mira al frente, y la siente. No la ve, ni a ella ni a nadie, pero la siente. Está allí, vibrando, oculta bajo su capucha. Y está conectada también. Sin espacio, ni tiempo, solo sonido, vibración, creación.

Pero detrás, entre bambalinas, siguen moviéndose las sombras de sus miedos. La mirada tránsfuga de Ángel, los murmullos de la indiferencia, los ecos de la nada. Ruido que araña las puertas de su consciencia, y le revuelve el estómago. Saca la vista de la pista y la sensación empeora. Puede percibir la densidad de la energía que se mueve tras su espalda, presencias ansiosas de contacto, de atención, preparadas para chupar su energía creativa.

La mezcla se espesa y el flujo se atasca, dando vueltas, tambaleando su equilibrio. Y entonces vomita. Un tremendo chorro de penumbra, de polvo, de mierda estancada, que arrasa con todo lo que encuentra a su paso a golpe de bombo y caja. Y la pista eclosiona.

Observa extasiado cómo la lava sonora arrasa con todo, mientras su cuerpo tiembla. Ángel está a su lado, y le mira paralizado, muy serio, como si fuera una réplica de la Cabeza de Marsias. Deja que sus ojos se apoyen en los suyos durante unos instantes, pero ninguno de los dos reacciona.

Al girar la vista unos grados más percibe un abultado séquito que ocupa prácticamente todo el espacio trasero del escenario, rodeando a una figura que no puede ver, pero intuye. Destacan las curvas voluminosas del veneno, entre un buen puñado de Harpías.

Ángel reaparece con un vaso cargado de hielos y un líquido sin definir. Todavía nota en su interior el sabor de la purga, los restos de la vomitona emocional en su garganta, así que se lo bebe entero sin pestañear. Agua… bendito líquido divino que fluye y limpia.

Su cuerpo ya parece calmado pero siente esa presión en la cabeza, vieja conocida, punzando su cerebro. Aún queda un rato de set así que tiene que recuperar el control. O volver a perderlo, quizá.

Momento para dejar sonar uno de sus últimos lanzamientos, trabajando bien la mezcla, pero sin florituras. Con unos minutos por delante, vuelve a poner el foco en la pista, pero el plano parece haberse vuelto más tosco, y los flashazos en las caras del público de madrugada dibujan una escena dantesca.

Su razón vuelve a hacerse cargo de la situación y clava los ojos en la pantalla para diseñar el tramo final. Lleva toda la temporada sin hacer ningún live en la capital así que puede apoyarse en el bloque que ya tiene preparado y asegurar un buen resultado.

Continúa la marcha mientras Ángel empieza a mostrarse conforme y recupera posiciones en la recámara. Recorre senderos más seguros, controlados, con una mezcla de alivio y desilusión, mientras intenta convencerse de que este es el rumbo correcto, y todo está bien… aunque no sea perfecto.

Ya está en la recta final, así que puede sacar la artillería pesada y soltar los caballos, desahogarse… pero ya lo ha hecho, y sus rompepistas habituales le saben a cubata aguado.

Siente que alguien se asoma tras su hombro, y al girar la vista lo primero que ve es una larga melena que se menea y una mirada infantil que parece tímida . Sonríe y le da dos besos, decidido, porque estaba esperando el momento y tiene claros los pasos a seguir.

– Encantado de conocerte… – No sabe cuál es su nombre real y no le sale llamarla NinFa.

– Soy María. Encantada también, Orfeo.

– Víctor, para los amigos. – Ella se ríe estrambóticamente como si se tratara de una broma o su nombre fuera especialmente gracioso. – En 10 min he terminado.

Vaya, solo 10 min. – Vuelve a reír, aún con más ganas. Él se ríe también, o algo parecido. – Tómate tu tiempo, imagino que al menos querrás terminar por todo lo alto.

No tiene muy claro cuál es el matiz de ese “al menos”, pero asiente y sonríe. Pero no quiere sonreír, quiere gritar, y salir corriendo.

– Tranquila, no te lo pondré demasiado difícil.

Ella vuelve a reírse exactamente igual que todas las veces anteriores. O es tonta o tiene un sentido del humor muy fino. O simplemente le gusta reírse. Pero la NinFa y su estrambótica risa han invitado a su ego a participar en el juego, y se pone nervioso con la idea de no tener nada lo suficientemente bueno como para “al menos” terminar por todo lo alto. Trata de concentrarse y volver a ese estado inicial, al silencio mental, e invocar a la maldita inspiración.

Pero sabe que es imposible volver a soltar algo tan visceral porque no lo tiene, y no lo siente. Así que decide que la mejor forma de salir es evaporarse, fundirse y volver a cambiar de vibración, dejando que fluya la melodía de la despedida, esa que suena tan a menudo en su corazón.

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