«Se apoderará la locura de cualquiera que llegue a escuchar la armonía de las esferas, tratando de tomar su aliento de los inspirados compases de las melodías perfectas, como seres que esperan la inmortalidad».
Despierta. La luz apagada, la atmósfera pesada. Despierta. Sube la persiana, la calle desierta, las puertas cerradas. Despierta…
Hoy es el día. 20 de Marzo de 2020, el día señalado y sepultado, el día que no llegó. Porque el ayer dijo que hoy sería diferente, pero no es así. Porque hoy debería sonar la música de las esferas en el homenaje, y solo se oyen murmuros de un mundo detenido, encerrado, secuestrado por el miedo.
Y el olor del presente, que le regala un sabor denso y un pinchazo en la sien. Vaya, su vieja amiga, ella sí ha venido a la fiesta. Inapelable, inconfundible, una señora migraña que impone su presencia, y se aferra con las garras del pasado.
Decepción, fracaso, soledad. Respirar al despertar y que su olor no esté. Saber que ya es tarde para brillar. Faltar a un homenaje que no se va a celebrar. Crear música que nadie va a escuchar.
¿Qué queda de ti cuando estás solo, cuando nadie te ve? Cuando no puedes salir, ni entrar, solo estar. La compañía más ausente, uno mismo. Igual por eso viene la migraña, para ayudar, para cortar todas las vías de escape y dejarle postrado frente a su existencia, vencido por la realidad, una vez más.
Tumbado, paralizado, abandonado, por ellas, por él. Por la magia, la música y el amor. Desechado por su ineptitud, por su incapacidad para entenderlas, para sentirlo.
Por esa soberbia de la razón, que siempre ha querido imponerse, hasta quedarse sola, y volverse absurda. Y qué sabe ella de sentir, de llorar… Qué sabe de los sueños, de las piedras, o del universo. Qué sabe sobre una melodía que no puede interpretar.
De rasgar la base, estirar los tempos, soltar los bombos y crear… De bajar al puto infierno a aprender a hablar el lenguaje de la oscuridad. Del eco de las entrañas, del latir del deseo, del despertar.
Maldita razón, que no conoce el secreto del código universal, de la energía, de la armonía, de la perfección. Que solo ofrece argumentos efímeros, verdades ajenas, y desazón.
Y el corazón… Tan callado. En la mesilla, al lado del móvil, sin batería, apagado. A la espera de ser atendido, resignado. Y el cuerpo, castigado, secuestrado por la mente, en alerta constante por si el alma huye y no vuelve más.
Le cuesta moverse, y respirar. Y la tensión le hace tiritar. La nuca le arde, será el fuego de una almohada que ya no puede más. Malestar y pena, que vienen juntas para esquivar la soledad.
Y ya está. Ahora que hará. ¿Gritar?, ¿llorar?, ¿llamar a Ma? Ojalá. Levantarse y fingir que solo es un día más. Atiborrarse a Espidifen, flipar con las noticias sobre un mundo colapsado, mirar el Facebook, el Whastapp, contestar mensajes, comer, limpiar. Vomitar. Encontrarse fatal y no tener ayuda, ni consuelo, ni público, ni nadie en el que reflejarse, y ser.
Frío… Todo el estudio está frío. Pero al entrar en su pecho se aviva el fuego; llamas violáceas que convierten en humo sutil la energía más densa, tiñendo la atmósfera de color gris Madrid. Tensión, presión, obsesión. Y las náuseas, que lo revuelven todo. Y las lágrimas que queman, que arrasan. Y la presencia. Y el delirio.
– Entonces has venido a la cita… Yo también. Porque este es el que soy yo ahora, enfermo, encerrado, solo y posiblemente loco. Y no, no soy un loco genial de esos que tanto admirabas, soy un desastre que no puede hacerse cargo de su realidad.
Y no tengo nada preparado, nada a la altura de tu gran homenaje. El número 7, dedicado a la Armonía de las Esferas, el más importante, seguro que te has vestido de gala, con tu camisa azul celeste y los gemelos. Y la chupa de cuero. Y estás aquí, o a saber dónde, a saber cómo…
Y lo único que te puedo decir es que yo también estoy, que he venido, y he traído todo el cargamento. Todito lo que dejaste en mí… las preguntas sin respuesta, el desconocimiento, lo incomprensible, la sinrazón. Y ruido, un ruido incesante que no me deja escuchar, que no me deja sentir, que me recuerda a ti.
Yo te amo Papá, pero nunca he sabido ser ese que quería ser para ti. Tú eres el sol y yo la proyección de mi sombra. No sé si es justo, no sé por qué, pero no quiero seguir así. Quiero brillar y ser capaz de crear mi propia realidad. Vivir. Y que escuches el regalo que he traído para ti. Sin pensarlo, sin saberlo, sin entenderlo. En crudo y desde el corazón. La melodía más imperfecta, empapada en miedo, pena y oscuridad… mi canción. Así que toma asiento porque esta historia, que se acaba, está a punto de empezar.