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37 – El Momento

«La música viene de alguna parte que está más allá de lo que puede ser descrito o materializado».

Lo primero que nota siempre al volver es el aire, la densidad. Los olores artificiales que se empastan. Al entrar en casa se respira ausencia, con aroma a soledad. No hay más vida que la que entra y sale con él, así que nada espera, ni si quiera hay comida fresca en la nevera. Y por qué… ¿Por qué ha construido ese hogar, tan distinto a ese rincón etérico con el que sueña? Su casa solo es un espacio que habitar… O un reflejo de sí mismo.

Deja la maleta tras la puerta, se planta en medio del salón y observa alrededor. Percibe cómo los rincones pesan, y la luz se choca. Por el pasillo nota cansancio, y al llegar al estudio, se detiene en la puerta. No quiere entrar. Demasiada información. Muchas vibraciones juntas. La intensidad contrasta con el resto de la casa, creando un campo magnético. Cómo es posible que entre y salga 100 veces de ahí cada día y no se haya dado cuenta hasta ahora.

Se adentra despacio, atravesando su tela de araña energética y llega hasta la ventana. La abre, y observa fuera. El cielo, escondido entre edificios. Sonidos urbanos, dispersos. Y olor a Madrid. Su mente vuela entre las fachadas e intenta elevarse, pero pesa. Así que vuelve al interior y se desenfoca, perdida entre infinitos rincones.

Se acerca a la repisa del fondo, su altar, donde reposan los platos Technics, y todo el arsenal analógico. La sensación es romántica y nostálgica, como cuando te encuentras con un viejo amigo con el que hace mucho que no hablas. Enciende el equipo, y puede notar la vibración de los cables.

Se va hasta la estantería del fondo y saca un cajón grande lleno de discos. También hay libros, 11 libros y 111 discos, para ser exactos. La colección completa de Historia de la Música Clásica editada por Decca. Alguien se la había regalado a su padre en una de sus convenciones. Pero papá tenía su propia colección, la más completa que podía existir, así que le ofreció guardársela hasta que tuviera su propia casa, y así podría empezar la suya.

Y así fue, cuando se independizó y se fue a vivir a aquel estudio en el centro, se llevó su caja. Un par de años después ya se mudó a su casa actual y con él, por supuesto, la caja. Fue de las primeras cosas que colocó en la estantería. Y ahí ha estado, desde entonces. Impasible al paso de los años y de las personas.

Hasta hoy. El primer vistazo a la estética de las carátulas le basta para volver a ese momento… Cuando sintió que tenía su pequeño tesoro familiar guardado bajo la protección de su padre hasta que fuera mayor. Y un día ya eres mayor, y tu padre no está. Y el tesoro es solo una vieja caja en una estantería.

Quién sabe, igual ha estado ahí esperando este momento. Toda una vida para un momento. Así son los tesoros. El primero, Giuseppe Verdi, con Don Carlo, Aida, Falstaff y Otello como piezas maestras.

La sinfonía comienza a sonar en el corazón y se expande por toda la habitación, y su cuerpo fluye. Con sus movimientos dispersa la densidad, y va creando una espiral que le envuelve, como un torbellino de luz. Saca un disco, y otro, y otro, y salta de clásico en clásico, mientras mueve algunos objetos de lugar y tira otros.

Cuando se deja caer en el sillón todo es más ligero. El espacio, su cuerpo, su mente. Mientras la Nº9 de Beethoven deja sonar sus últimos acordes, sabe que ya no es el mismo. O que quizá ahora sí sea él mismo.

Enciende el ordenador, apaga el pensamiento y empieza la función.

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