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13 – El Reino de Hades

«Si se establece la medida del tempo en golpes regulares y armónicos, más allá de las notas y de los silencios, los tonos que resulten serán comparables con los producidos por el movimiento de las esferas».

No puede escaquearse. No quiere, tampoco… Es cierto que lleva mucho sin sentir ese abrazo terso, acolchado y reconfortante. Aunque con 15 años ya era más alto que ella, los brazos y el torso de su Ma tienen una fuerza increíble, siempre consiguen que el mundo se detenga, aunque solo sea un segundo. Además el olor del cocido ya ha transgredido sus sentidos, aunque les separen varios kilómetros, no hay distancia para los recuerdos del estómago.

El monovolumen de Meira está aparcado frente al portón. En el fondo, siempre le ha molestado que su hermana llegue antes que él, aunque se esfuerce por negárselo. Las voces de Diego y Adara traspasan sin pudor las paredes, envueltas en una de esas discusiones tan sustanciosas, despertando un recuerdo tan nítido y tan lejano, de cuando eran Meira y él los que proyectaban sus gritos de punta a punta, atravesando los sonidos armónicos que siempre reinaban en la estancia principal.

El timbre redirije todo el énfasis de Diego hacia la puerta.

¡Tío Vic! ¿Conseguiste la camiseta?

Pero bueno, ¿qué formas son esas de saludar? – Replica la voz tenue de Meira.

Hola enano, ahora negociamos tú y yo. Hola Mei, ¿cómo estás?

Deseando saber de mi hermano… – su abrazo también es cálido, pero mucho más delicado que el de Ma. – Pasa, el puchero ya está humeando.

Siempre que cruza esa puerta tiene la sensación de que la atmósfera puede tocarse, que tiene su propia textura, su olor, su color, su sabor… y su sonido. Cada esquina, cada mueble, marca su presencia y emana su historia. La esencia del hogar.

Sin embargo, últimamente toda aquella energía le intimida, como si tuviese la necesidad de pedir permiso, de rendir cuentas. Nada se ha movido ni un ápice, pero algo en él no termina de sincronizarse.

Con solo dar tres pasos, ya puede ver al fondo de la estancia iluminada una de sus estampas favoritas: la figura de su Ma, con su pelo recogido, sus mejillas rosas y sus enérgicas maneras, rematando la faena. Como una foto antigua que cobra vida.

¡Vic, cariño! – Sin saber por qué recibe el abrazo con cierto regusto tenso –Anda que… buena falta te hace el cocido de Ma, ¡viniste hecho una sombra! – La mueca de disgusto rápidamente se convierte en carantoña – Con los mofletes tan hermosos que tenías de pequeño, siempre rosados…

– Yo a ti te veo muy bien, Ma, tan hermosa como siempre.

– Anda venga déjate de pamplinas y súbete un Ribeiro, dile a tu hermana que vaya sentando a las fieras. Enrique vendrá para el café, pronto; me dijo que nada de irte sin esperarle…

– Claro Ma, ¿está abierta la bodega?

– Nunca la cierro, ya lo sabes.

– Deberías, ya lo hemos hablado…

– Una cerradura no protege una entrada, Vic, ya lo hemos hablado; venga baja y sube también orujo, que vaya cogiendo luz.

Al igual que el resto de la casa, la bodega se mantiene inmutable. Un amplio sótano con salida directa al jardín, plagado de libros, vinilos, botellas y reliquias; una gran butaca junto a una mesa de roble, una réplica gigante de la Frontis de Musurgia Universalis de Kircher y un rincón custodiado por dos tabiques y una puerta: su primer lugar en el mundo.

“El Reino de Hades”, lo llamaba siempre su padre. Construido a base de cajas, tablas y yeso, su pequeño estudio tenía una estantería especial para vinilos, una mesa alta para los platos, un Atari ST, el Korg M1 y la eterna invitada, la Roland TR-909 que Puma le prestó “hasta que la música le permitiera comprarse una”.

Tener su castillo dentro del reino de su padre siempre le hizo sentirse cómplice; también Meira tenía su pequeño terreno creativo, una pared, un caballete y una estantería llena de colores y texturas, pero ella solía preferir el porche, siempre inundado de luz.

Salvo en aquellas tardes gélidas de invierno, en las que uno a uno iban rematando los deberes y quehaceres hogareños que Aurora distribuía de forma inapelable, y escabulléndose en busca de su espacio creativo en aquella bodega llena de sueños.

Dentro de aquel espacio cerrado descubrió por primera vez la libertad, esa que no dicta nadie, la que se siente dentro y no atiende a palabras. Una sensación tan auténtica como perdida, ya que no ha habido fiesta, experiencia, ni sustancia que haya conseguido volver a expandir su realidad de esa forma.

La vibración del móvil en el bolsillo le saca de su ensimismamiento. Un mensaje de un número que no reconoce.

“No todas las melodías pueden escucharse con el oído”.

Se da cuenta de que ya habían intercambiado mensajes antes. Sí, hace pocos días, pero el interlocutor no llegó a contestar cuando preguntó quién era, ya lo había olvidado. Se habrá equivocado, o será una bromita de algún colega.

Vuelve a guardar el móvil y nota el peso del presente cayendo encima de las sensaciones que se elevan por encima de su cabeza. Mientras avanza hacia el botellero, no puede evitar deslizar sus dedos por la superficie de la mesa de roble. Siempre le encantó su tacto, suave y frío… un frío que hoy entra como una corriente hasta lo más alto de su coronilla.

Sube las escaleras y al alzar la vista se encuentra con la mirada de Meira observando con ese gesto curioso e introspectivo tan intrigante, a veces desquiciante, tan sutil que no deja lugar al contra-ataque.

Menos mal que el pequeño Diego vuelve a la carga esperando noticias sobre la ansiada camiseta de KKTrak, el icono electro-dance del momento, que no ha dudado en capturar la moda de las camisetas con relieve para disfrazarse con siluetas imposibles y hacerse muy pero que muy rico vendiendo imagen. En algún momento ha debido de decirle que intentaría conseguir una, y Diego ha querido creerle… Quizá ni si quiera se lo ha dicho, pero él lo ha creído igual.

– No he conseguido ninguna lo suficientemente buena para ti, pequeño saltimbanqui. De hecho no creo que exista, son una enorme horterada.

– ¡Venga ya! No hablas en serio, no eres tan mayor.

– Vaya, gracias, jajaja. Quizá si lo sea, y pueda traerte algo mejor.

– ¿Cómo qué?

– ¿Algo parecido a lo que usa KKTrak para hacer música, si se puede llamar así…?

– No lo intentes, Vic. – Interviene Meira – Diego ya tiene muchas más cosas de las que puede utilizar, y acumula una pila de instrumentos que solo ha tocado una vez. El pequeño saltimbanqui tiene mucha energía, no le gusta estar quieto, ¿verdad cariño?

– ¡Sí me gusta!, ¡me gustan mis cosas y la camiseta también!, ¡y mis instrumentos!

– ¡Mentira! – Suelta desde algún rincón Adara – No los usas nunca, ¡si los tengo yo!

– ¡Devuélvemelos!

– Vale ya, fieras. A comer. – La voz de Ma siempre se eleva por encima del resto, sin que tenga que gritar, ni esforzarse, como si un ser gigante habitara en ese pequeño cuerpo fornido.

La comida transcurre cálida y tranquila, con los mellizos protagonizando la conversación con sus últimos descubrimientos sobre la fauna del jardín, y las miradas apacibles que reposan sobre el puchero.

– Qué rico el caldo, Ma, ¿te trajo Marisa cosiñas del pueblo? – Meira siempre suele teñir su acento de norteño cuando habla con su madre.

Claro, si tengo la despensa tiritando…. Menos mal que me trajo también tomates, lechuga y huevos, y unos pimientos. Y queso, claro.

¿No te gustan los productos del mercado ecológico que te enseñé? Ya sabes que podemos pedir lo que quieras, te lo traen a casa y todo es de muy buena calidad…

– El sabor de la tierra es el sabor de la tierra, hija.

Podemos planear un viaje para después del homenaje. O quizá podemos adelantarnos y aprovechar algunos días allí juntos para prepararlo.

– ¿Y cómo vamos a organizarlo todo desde allí?

Todo no Ma, de hecho hay cosas que deberíamos empezar a decidir ya…

Llega el momento de intervenir y lo sabe. Pero no encuentra un punto de partida, un comentario acertado, ni ninguna idea que se le parezca.

¿Qué tenéis pensado? – Error absoluto. Se da cuenta mientras lo está pronunciando, pero ya es tarde.

¿Tenéis? – Ni si quiera sabe cuál de las dos ha pronunciado esa palabra, o si lo han hecho al unísono.

– Quiero decir que si por casualidad en algún momento habéis hablado del tema y quizá tenga que ponerme al día…

Ni al día ni a la noche, Vic. – Sentencia su hermana. – Lo que hay que ponerse es al lío.

¿Pero en algún momento habréis decidido juntas que íbamos a hacer el homenaje, no?

Eso no hace falta decidirlo.

No, nunca ha hecho falta. Cada año, desde hace siete, se organiza ese encuentro entre músicos y filósofos, en el que las palabras de su padre vuelven a cobrar vida con la lectura de alguno de sus textos, decorada con reliquias musicales interpretadas en directo, y el debate posterior sobre las novedades en el ámbito de la musicología.

Lo cierto es que desde la primera vez que lo hicieron, justo un año después del día en que falleció, pensó que sería la última. Que poco a poco la corriente se iría diluyendo, y que su padre ocuparía su lugar, en los libros y en los recuerdos, en el pasado…

Pero no, a pesar de que la mayoría de las personas que puedes cruzarte en cualquier calle, cualquier día, no ha escuchado jamás la palabra cosmogonía, cada año el homenaje congrega a más gente.

La última vez, la experiencia resultó algo abrumadora, quizá por eso esperaba que hubiera culminado en ese punto. El Espacio Fundación Telefónica cedió una de sus salas y se congregaron más de un centenar de músicos, filósofos e incluso algunos astrólogos.

Todo el mundo parecía alinearse a la perfección con esas teorías abstractas sobre la música especulativa, aportando nuevos enfoques, debatiendo, escuchando e incluso emocionándose con las piezas musicales elegidas para la ocasión.

Pero él parecía estar fuera del radio acción, escuchando desde la barrera, asintiendo y tragando sensaciones que no entendía, y que quedaban bastante lejos de la emoción y el orgullo que se presuponen adecuados para la ocasión.

Al terminar, fueron muchas, demasiadas, las atenciones que se dirigieron a él, esperando que el legado ocupara su posición. Y cuanto más le preguntaban, le sonreían, más pequeño e intruso se sentía.

Tardó un mes entero, quizá más, en borrar esa desconcertante sensación de sus sentidos, empujando la puerta para que se cerrara y esperando no abrirla más. Pero ya lo decía su Ma, no hay cerradura que pueda proteger una entrada, y menos cuando se trata de una mental.

– Bueno ya sabéis que colaboraré en todo lo que esté en mi mano, como siempre… Quizá este año pueda encargarme de la ubicación, si queréis este mismo lunes empiezo con ello.

El sonido del timbre parece poner el colofón a sus palabras.

Ya está aquí Enrique.

¿Podemos levantarnos ya mamá?

Podéis abrir la puerta y recibir a Enrique, después volvéis que aún queda el postre.

Vaya, quizá he llegado demasiado pronto – se disculpa Enrique al ver el puchero aún sobre la mesa. – No quería que la ajetreada agenda de Vic me ganara la partida.

– Tranquilo Quique, ya terminamos, aunque aún estás a tiempo de probarlo, mira que por aquí no se comen cosas como estas…

– Gracias Aurora, pero vengo con el buche lleno, directo al orujo…

Enrique se sienta frente a él, al otro extremo de la mesa, y le dedica una de esas sonrisas ocultas bajo el bigote.

– Llegas en el momento perfecto – sonríe Meira. – Estábamos hablando del homenaje, nos viene bien un empujón, ya se va acercando la fecha…

Sí, empieza a caer arena en el reloj. ¿Habéis definido cuál de sus textos será el protagonista este año? – Antes de que el silencio se termine de posar, continúa – En mi humilde opinión ha llegado el momento de adentrase en la Música de las Esferas…

Sí, es el episodio más importante y ya lo hemos pospuesto demasiado. – reafirma Meira.

Lo mismo le pasaba a él, en realidad… Le apasionaba tanto el tema que casi nunca lo sacaba por miedo a que se estropeara. Siempre era muy cuidadoso con las cosas que más le importaban. – Susurra Aurora.

Bien, veo que está bastante claro. ¿Quién podría ser el maestro de ceremonias?

Podrías ser tú, Vic. – La voz de Meira suena tan dulce como firme, casi desafiante.

¿Yo? ¿Cómo yo? – Cuando se pone nervioso, también le sale a él un deje norteño.

Pensé que lo esperabas.

¿El qué?

El momento.

Pues creo que quiero seguir esperando…

Al fin se hace el silencio. Aunque no es muy alentador, está cargado de suspiros sostenidos. Un golpe de viento en la ventana tira unas servilletas de la cocina. Excusa perfecta para que Diego y Adara se levanten y retomen su esparcimiento.

– Bueno podemos plantear muchas opciones, de momento solo es una idea… Si todos estamos de acuerdo con la temática, ya tenemos la base para empezar… -Interviene al fin Enrique.

¿Vic? – Meira ha bajado algunos bpms.

– Claro, adelante. Me parece perfecto.

– Genial, conozco a varios expertos en el tema que podrían intervenir como ponentes. Estaría bien escuchar sus propuestas para encontrar un hilo conductor, ya que el tema es muy, muy amplio. – Prosigue Enrique.

Sería muy importante también prestar atención a la exposición audiovisual, encontrar una buena manera de integrarlo. Llevo tiempo dándole vueltas a varias ideas, a ver si a partir de aquí empiezo a encauzarlas. – Su hermana siempre tan aplicada.

– Gran idea, Mei, quizá pueda ayudarte con la parte musical…

– Quizá… Podrías hacer algo especial para la ocasión.

– ¿Cómo qué?

– Algo especial… – La vibración empieza a tensar las cuerdas de su voz.

– Claro, lo pensaré. – No, no puede ni quiere entrar en otra batalla dialéctica que ya ha perdido de antemano. Prefiere la salida rápida.

– Genial, chicos, pues ya hemos arrancado. ¿Qué tal si me dejáis saber un poco de vosotros?

– Oh, lo siento Quique, yo debo irme ya. Tengo trabajo esta tarde, de hecho ya debería estar en ello, pero he querido esperar porque sabía que era importante. Pero te llamo para quedar y seguir avanzando, ¿vale?

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