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23 – Sentido

«Cada pensamiento que penetra en la cabeza corresponde a un sonido que entra en el corazón».

El hambre pone el pause a unas cuantas horas en el estudio, por fin, llenas de sustancia. Hambre auténtica, física, no un impulso mental que le recuerda la necesidad de comer. Como al día siguiente del encuentro con “la dama de la cama”. Parece cierto eso de que a menudo los grandes placeres de la vida se encuentran en sensaciones que solo se echan en falta cuando se extravían.

Así que traslada sus artes creativas hasta la cocina y sustituye la mezcla de sonidos por la de ingredientes, incluso se sirve una copa de vino, mientras reflexiona sobre sus avances. Joder, por fin ha encontrado un concepto, pero está tan extremadamente cargado de sentido que quizá no lo tiene.

Recuerda aquella conversación con Helena en el Cabo de Home, cuando todavía se podían llamar sin remilgos jóvenes, incluso algunos años antes de conocer a Lucía. A Helena le encantaba celebrar cualquier tipo de evento astrológico fumándose un porrito al atardecer en aquellas rocas, siempre después de haber lavado sus piedras en el atlántico que baña la Playa de Melide para tenerlas listas para cargar con el sol o con la luna llena, según corresponda.

Siempre ha sido una de las cosas que más le fascinan de ella, su individualidad, su particular visión del Universo, que comparte con total naturalidad y espontaneidad. No tiene muy claro si realmente ha llegado a comprender alguna de sus teorías, pero ha pasado horas escuchándola, y presenciando sus rituales. Hay algo auténtico, trascendental y tremendamente irracional que se mueve en torno a ella, una corriente a la que le gusta conectarse.

Aquella tarde era el solsticio de verano y además había luna llena. Las explicaciones de Helena sobre todas las implicaciones energéticas que tenía el evento derivaron en la relación que existe entre el ser humano y el universo, algo que le resultó especialmente estimulante ya que la conversación se mantenía muy cerca de la perspectiva matemática y filosófica que él sí conocía.

Esa ha sido una de las pocas ocasiones en las que se ha posicionado, manifestando su propia teoría, cocinada en casa durante mucho tiempo, con muchos matices, planteamientos… Helena parecía extasiada, escuchando con esa vibración tan entusiasta y calmada a la vez, esperando su turno para compartir otra de sus grandes revelaciones.

Y así fue, le habló de las cartas astrales, de cómo representan la posición exacta de los planetas en el momento del nacimiento, como si se hiciera una fotografía del cielo en 360º desde el punto en el que se encuentra cada persona cuando llega al mundo.

Entonces, según la teoría de la armonía de las esferas, la carta astral se podría traducir en música...

– ¿Eso significa que cada uno de nosotros tiene su propia melodía cósmica?

En aquel momento le pareció una pregunta fascinante, con muchas respuestas posibles que analizar, pero lo cierto es que, tras el encantamiento de la conversación con Helena, la había guardado en un cajón mental que no había vuelto a abrir.

Hasta ahora.

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