«Las canciones de Orfeo podían mover árboles, afectar a los animales, e incluso influenciar a los habitantes del Hades».
Febrero sigue trayendo la oscuridad demasiado pronto. Mejor. Difumina las horas que lleva metido en el estudio, aunque siempre parecen demasiadas. Según la media de las últimas semanas, el día ha sido productivo. Y aún así sigue siendo nada.
Las mismas semanas que lleva postergando la visita a la tienda de Puma, seguro que le está esperando. Y la penumbra puede mantener casi intacta su intimidad.
Solo tres calles y un cruce, atravesados con pasos tenues, le llevan de nuevo hasta aquella puerta maltrecha y estrecha, custodiada por tres escalones. Ese inconfundible olor le da permiso a sus recuerdos para entrar con él. Todo es auténtico; el plástico añejo, el humo furtivo, los cables infinitos, los ecos de las conversaciones… Y la exhalación de Puma después de cada sentencia.
Esta vez le tiene preparada una de sus míticas miradas, desgastada, ladeada, soterrando cualquier atisbo de ilusión bajo el sarcasmo del reproche.
– Cuantas noches, Vic.
Siempre logra consternarle. Antes incluso de que ocurra.
– Sí, la verdad, me alegro de haber podido venir por fin.
– Eso es que la música fluye…– Silencio. – Pero no lo suficiente.
Otra vez ese encuentro de miradas.
– ¿Cómo va todo, Puma? ¿Qué tal está Virginia?
– Intensa, pero feliz.
– Eso es bueno entonces.
– ¿Tú crees?
– Bueno de eso se trata, ¿no?
– ¿De qué se trata?
– De ser feliz.
– ¿Tú crees?
¿Cómo puede caber tanta incertidumbre en tres preguntas? Si encima dos son la misma…
– Realmente no lo sé.
– Quizá haya llegado el momento de saberlo.
Esa extraña corriente que le ha impulsado a hacer la visita, comienza a disiparse. ¿Qué excusa podría justificar una rendición tan rápida? Ninguna. Pero el viejo Puma siempre sabe qué ficha mover para alargar la partida.
– No te impacientes… Hace ya tiempo que te esperan todas estas señoritas con ganas de fiesta.
Con una dosis extra de empuje sus manos curtidas colocan una pila de vinilos en el concurrido mostrador. La mayoría viste con escala de grises y símbolos reconocibles, todos sellos europeos. Al final de la pila, estratégicamente colocada, aguarda una portada cubierta con tintes morados que dibujan un símbolo ajeno y estrambótico. Tanto como la silenciosa sonrisa de Puma.
– A veces sienta bien ponerse colores nuevos.
– ¿Deep?
– A veces es mejor no poner etiquetas…
La mezcla entre curiosidad y desquiciamiento comienza a producir un extraño destello en su cabeza.
– Seguro que suena increíble, lo escucharé en cuanto llegue.
– Hoy esperaba ganarle la batalla a tu prisa. Además sabes que en tu guarida no suena ni parecido…
Jaque mate. Una vez más vuelve a quitarse la armadura para atravesar el umbral de la razón, establecido en aquella puerta secreta al lado del mostrador.
Si existe un espacio inmune al tiempo en el universo, sin duda es aquel. El Zulo. Memoria viva, inmutable. La eternidad parece haberse acostado en ese cuarto, dormida con las musas que un día le acompañaron.
La atmósfera casi puede tocarse, y el techo también, que apenas parece sostenerse sobre esas paredes atiborradas de revistas y vinilos apilados y empolvados. Y en eterna disputa por el protagonismo de la estampa, la colección de platos Technics, una Roland TR909, un sintetizador Yamaha Cs1x, la Solid State Logic de Inglaterra, tres sillas enormes y el sofá de piel negro.
Aún sumido en la oscuridad, comienza a deslizarse hasta su cerebro el agudo de un piano, delatador y desconcertante… Después ese zumbido… deslizante, sostenido, infinito, como el eco de una melodía capaz de viajar a través del tiempo, sin espacio.
Aunque los matices comienzan a superponerse, se mantiene aferrado a esa línea de bajo expansiva, que le transporta hasta aquel momento en el que escuchó por primera vez tocar al viento… claro está, en las cuerdas de la guitarra de Lucía.
«Escucha, es la melodía del viento…».
Un momento mágico del que solo ellos fueron testigo, un otoño en Melide, refugiados bajo aquel colorido pareo, mientras la brisa sacudía las cuerdas del instrumento.
Menos mal que el bombo siempre llega a tiempo, colocando cada cosa en su lugar. Esta vez es casi un estremecimiento, la misma realidad, igual de oscura, de contundente.
– Buena pegada. Seguro que dispara un par de sístoles
La única respuesta de Puma es una de sus miradas.
El disco termina, repiqueteando emociones, sometido al oído más lúcido, que solo busca opciones. De nuevo silencio, humo, cansancio.
– Tu padre decía que la música de Orfeo podía mover a los árboles, afectar a los animales y comunicarse con los que habitan en los cielos… y con los habitantes de Hades, también.
Una vez más siente una flecha directa a su subconsciente. Nunca debió elegir ese nombre.
– ¿Sabes? Tengo ganas de volver a probar el sabor de la noche. Quizá algún día de estos te acompañe. ¿Qué destinos rondan tu agenda? ¿Alguno apto para este viejo felino?
– Claro Puma, cuando quieras. Circuito de plata, ya sabes…
Al fin una sonrisa amable. El escalón perfecto para la despedida.