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46 – Hombres

«Escuchar música prepara para el momento tras la muerte, en el cual se viaja a través de las esferas planetarias y se percibe el sonido que todo lo envuelve. Para el hombre que no tiene música en su interior, esto será una experiencia ajena y perturbadora, mientras que el que vivió una vida impregnada de música, se encontrará en armonía».

Al colgar el teléfono se da cuenta de que sus pasos ya le han llevado hasta allí, y que vuelve a estar de pie frente a otra puerta, otro de esos umbrales tan especiales que anhela y elude constantemente. Esta vez no espera para intentar entrar, pero la puerta está cerrada. Así que vuelve a quedarse enfrente paralizado, instante tras instante, hasta que esa mano firme se apoya en su nuca. Al girarse recibe directamente el abrazo de Puma, algo no tan habitual, siempre con el mostrador de la tienda o un montón de discos y cables entre ambos.

– Mira que había cerrado para ir al médico y ya no pensaba volver, pero creía que se me había olvidado algo y no sabía el qué. Así que al final he vuelto, y aquí estás. Venga, entremos, que el frío y yo no nos llevamos muy bien últimamente.

– ¿Y cómo es que has ido al médico?, ¿te encuentras bien?

– Sí, pero últimamente me cuesta respirar, parece que tenga los pulmones cansados.

– ¿Y qué te han dicho?

– Uno que será de haber pasado una neumonía, otro que alergia a algo sin definir, y mi hija que me vaya al mar.

– Mira, podrías ir con mi madre…

– ¿Ya se va?

– Vengo de hablar con ella, está muy convencida, por lo de la epidemia y tal; dice que necesita libertad, que algo va a pasar, no sé, yo creo que ya no aguanta más, quizá no le sienta bien toda la carga emocional del homenaje y quiere escapar.

– Aurora no es de la que se escapan…

– No, pero es que entonces no lo entiendo, ¿por qué justo ahora?

– Quizá porque este es el momento, su momento, el momento de elegir, de subirse a su escoba y volar, ya ha cumplido con todo, con su familia, con la vida… Y porque siempre sabe cosas que nosotros no sabemos.

– ¿Entonces tú también crees que no se va a celebrar el homenaje?

– Me encanta que me hagas esa pregunta, Vic.

– ¿Te encanta…? ¿Eso significa que crees que sí?

– No Vic, eso significa que ahora sabes qué es lo que más te importa. No son tus bolos, ni tus discos, ni siquiera tus necesidades, o tu libertad.

– El homenaje es muy importante, pero claro que me importa mi vida.

– No me refiero al homenaje, sino a ti, a tu historia.

– No es mi historia, es su historia.

La puerta se abre lentamente, como si la empujara una brisa estelar, que por un momento le congela, hasta que la cálida imagen de Virginia le devuelve el temple.

– Papá, te dije que me llamaras al salir del médico, ¿cómo ha ido? ¡Mira a quién me traigo!

Detrás de ella aparece Enrique, con esa seriedad tan bondadosa que proyecta, clavando su mirada directamente en él.

– Hay días en los que te acompaña la suerte, o quizá no sea la suerte, pero qué alegría haber venido, y qué sorpresa encontrarte aquí, Vic. ¿Cómo estás, Puma? Me ha contado Virginia que no te encuentras bien, ¿qué te ha dicho el médico?

– Alegría la mía de verte por aquí Quique, casi te veo menos que al artista, que ya es decir. Pero mira, no hay mal que por bien no venga, al menos mis achaques te han traído hasta aquí, yo con lo mío, tengo a los pulmones cansados de respirar este aire contaminado, pero no es nada grave.

– Tiene que irse al mar, a respirar brisa de agua salada, ¡se lo digo todo el tiempo! Y más ahora con lo del virus, que en Italia se están muriendo las personas mayores.

– Oh no Virginia, no llames a tu viejo padre persona mayor, jajaja. Llámame viejo directamente, lo prefiero.

– Lo que quieras Papá, pero te lo digo muy en serio, de verdad lo necesitas, ¿a qué tengo razón chicos?

– ¡Ah! ¿Yo soy persona mayor y ellos son chicos? ¡Cuánta crueldad!

Las risas no disuaden a Virginia de su empecinamiento, pero el móvil sí, y por su reacción parece ser una llamada trascendental. Cuando sale entra en la estancia un halo tenso que se cuela en forma de silencio, de miradas, respiraciones desacompasadas.

Puma no tarda en mover ficha en forma de vinilo. El rabillo del ojo le basta para saber cuál elige para la ocasión. Cierra los ojos, esperando el instante en que el bombo confirme su intuición. Y sucede.

Sonríe. Antes de abrir los ojos sonríe, y baila por dentro, en el corazón. No puede evitarlo, nunca ha podido, el vaivén de esa melodía que le electriza, se apodera de su vibración y lo cambia todo. Le sumerge en otra realidad, llena de estímulos, de sincronías, de energía vital. Viejo sabio, un auténtico dj es el que sabe qué canción elegir para glorificar un momento, el arte de conectar con la melodía perfecta.

Y cuando abre los ojos, esta vez, todo es diferente. Hay una energía intensa pero sensible, sutil, que lo envuelve todo. Y en ellos solo ve comprensión, protección y sabiduría. Y se rinde, ante sí mismo y ante la vida. Y llora, y llora, en silencio, sin agitarse, sin contenerse y sin avergonzarse.

Tampoco sus acompañantes se sobresaltan, apenas se inmutan. Puma se ha recostado en su butaca, con la mirada elevada al cielo, mientras Enrique mantiene la suya en él, pero no se le clava, le acaricia.

– No entiendo nada, nada de nada -Habla suave, como si estuviera solo, pensando en alto. – Nada tiene sentido. Solo tengo emociones, mezcladas, sin razón. Y sueños extraños, y experiencias raras. Pero ni un solo argumento, ni una sola explicación. No sé qué pasa. Qué pasa en el mundo, qué pasa conmigo, qué pasa con él, con ella, con ellas. Y no sé por qué lloro. Y no sé por qué estamos aquí, por qué he venido. Pero no me quiero ir. No quiero huir, quiero entender.

– A veces no hay que entender las cosas, hay que vivirlas, experimentarlas. Como la música, o el amor… – Puma siempre tan romántico.

– Eso hago, pero lo que estoy viviendo es un viaje íntimo hacia la locura.

– “Aquellos que eran vistos bailando, eran considerados locos por quienes no podían oír la música”; a tu padre le gustaba esta cita, pero se revolvía cada vez alguien se la atribuía a Nietzsche, jajaja. Él reflexionaba mucho sobre el concepto de locura. Recuerdo que una vez me dijo que estaba seguro de estar loco y que estaba muy contento por ello. Y fíjate, para mí ha sido el hombre más sabio que he conocido…

– ¿Sabes, Enrique? En mis primera aventuras nocturnas me encantaba imaginarme la escena sin sonido, y ver cómo todos aquellos bailes se convertían en movimientos absurdos, en una locura, y pensaba que lo mismo sucedería con tantas otras cosas que la gente no puede comprender porque no percibe. Quizá por eso no entiendo nada, porque no percibo, no tengo sus capacidades, ni las de Ma, ni las de mi Padre, no estoy a la altura, ni de su historia, ni del homenaje.

– No se trata de sus capacidades, sino de tus capacidades. Te lo repito, esta es tu historia…

– Lo sé Puma, pero no sé de qué va esta historia… Ni qué va a pasar con el homenaje, todos me habéis llamado, ninguno decís nada. Tanta presión y ahora nadie quiere hablar del tema, ¿ya tenéis claro que no lo vamos a hacer?

– No te enfades Vic, claro que he venido a hablar del tema, pero es una decisión que tienes que tomar tú, vosotros. Habla con Meira, lo está esperando – dice Enrique.

– Ya lo hice, ella me dijo hoy lo de cancelarlo. Yo no entendí nada, fui a ver a mi madre, lo entendí menos aún, y he venido aquí. Quizá he perdido la capacidad de entender a las mujeres, y a las musas, y ese sea el problema de todo. ¿Vosotros pensáis que tiene sentido cancelarlo?

– Podemos esperar unos días, a ver cómo van las cosas, no tenemos por qué precipitarnos. Pero es una posibilidad. En cualquier caso, seguro que el homenaje se va a celebrar, y que ocurrirá en el momento perfecto.

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