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16 – La Dama de la Cama

«La Doncella Frónesis, comandando una carreta adornada por las siete artes y tirada por los cinco sentidos, pasa una por una a través de las esferas planetarias».

La puerta principal se abre constantemente dejando entrar nuevos invitados que siguen coloreando el ambiente. Cuando decide que el Black Label puede convertirse en un amistoso aliado para esa noche, aparece Fati con una bandeja llena de vasos pequeños con un líquido fosforito.

¡Unos chupitos especiales del chef!

El estrambótico color de la bebida y la idea de que la mano de Ángel esté detrás intentan disuadirle, pero la sonrisa eufórica de Fátima no le deja elección. Al extender la mano sus dedos rozan con los de otra chica que parece surgir de la nada justo a su lado, y que con gesto decidido se traga el líquido lentamente, mientras le mira a los ojos.

Acepta el desafío y repite el gesto, pero el sabor extremadamente químico le abrasa la garganta y le obliga a cerrar los ojos conteniendo las ganas de escupir. Le parece intuir una sonrisa tenue antes de que la figura de esa chica desaparezca.

Después de un rato demasiado largo destrozando clásicos con mezclas macabras, le reclama con un par de aspavientos para que tome el relevo.

Marcos, uno de los mejores amigos de Ángel, le mantiene un buen rato entretenido con sus reflexiones sobre las virtudes del último modelo Roland TR-8S, mientras el Angelito se pone unos temas. A pesar de los años que lleva purulando por el mundo de la electrónica, en realidad nunca ha tenido buen gusto musical, su sentido estrella siempre ha sido el olfato, por eso eligió el mundo de management.

– Te lo dejo calentito tío. Pero acuérdate, hoy es día de fiesta, no estás trabajando eh… Vamos a disfrutar, y en un rato te traigo relevo, que no quiero que te trague el agujero negro.

No te preocupes, aunque ya sabes que mañana tengo lío en el estudio.

Intento fallido, la cabeza de Ángel ya revolotea lejos, perdida entre el creciente número de figuras tuneadas que van llenando la estancia principal.

Busca en su maleta algo que le permita arrancar de forma amable, nada de abrir la puerta del túnel tan pronto. Un poco de deep techno, ligerito, y que se vaya moviendo la cosa…

Después de un par de mezclas suaves, levanta la vista y comprueba cómo se ha generado un semicírculo en torno a la improvisada cabina, compuesto mayoritariamente por grupitos de féminas que se hacen las despistadas sumidas en conversaciones pomposas. Sonrisas, movimientos de cabello y posturas forzadas que de vez en cuando dejan escapar alguna mirada furtiva. El típico ritual, tan previsible.

Intenta convencerse a sí mismo de que no se da cuenta, o al menos de que no le importuna. Pero la verdad es que echa en falta esa posición privilegiada que te dan las cabinas de los clubs, siempre elevadas, distantes, amuralladas. Aquí no hay barreras, aparte de las que pone su mente, claro.

Un par de chicos relativamente jóvenes se acercan con menos sutilezas para asomarse sin discreción a la pantalla.

Vaya temazo tío. Se lo he escuchado varias a veces a Apolo, no sabía cómo se llamaba. Puro musicón eh, vaya repertorio. Yo también me dedico a la música, aunque no a tu nivel, claro. Hace poco he sacado mi propio sello, Alfa Records. Sería lo más publicar algo tuyo, si algún día te apetece… ¿has producido algo nuevo últimamente?

Le fascina la facilidad con la que la gente entabla conversación sin recibir un solo gesto de invitación o aprobación. A veces le irrita, a veces lo envidia. Es lo suyo, al fin y al cabo, están en una fiesta.

Bueno justo estoy con un proyecto importante, aunque Ángel no me deja desvelar nada. Pero después podemos plantearlo, ¿tienes el contacto de Ángel?

Sí claro, es el novio de Fati, le vemos muy a menudo. Siempre está hablando de ti, es un puntazo que hayas venido.

El tema se está acabando y no tiene la siguiente mezcla preparada, así que opta por sonreír y volver a bajar la mirada. Los chavales se quedan ahí, y se suman a la lista de miradas que atraviesan su escuchimizado círculo de confort.

Después de un rato fingiendo ensimismamiento musical, esquivando un remonte de la conversación, aparece de nuevo la mano de Fátima, portando otro de esos chupitos fosforitos. Mueve la cabeza negativamente mientras busca palabras convincentes pero varias chicas se unen a la iniciativa para proponer un brindis ineludible.

¡Por el súper deejay de esta noche!

De nuevo sonrisa circunstancial, de nuevo se deja llevar. De nuevo el líquido le abrasa la garganta, aunque esta vez la llama parece expandirse por todo el cuerpo.

– Cuidado, dj, no te vayas a emborrachar… – Una voz rasgada y susurrante emana por detrás de su hombro. De nuevo aquella chica y aquella mirada imperante y fugaz, que desaparece con un movimiento rápido.

Tras unos segundos de bloqueo, la música vuelve a sacarle del embrollo, pero no por demasiado tiempo. Al fijar la vista de nuevo en la mesa, nota cómo las líneas comienzan a vibrar, y los botones se derriten. Como si su cerebro estuviese teñido de fosforito y fuera poco a poco contaminando sus sentidos. Mierda…

Por supuesto no es la primera vez que pincha con los sentidos embriagados, pero no entraba en sus planes, y hace que esa fina plataforma de seguridad basada en el autocontrol se tambalee. Ya no sabe quién se encuentra debajo de su armadura, y tampoco quiere saberlo.

De momento mantiene la compostura, espera que fuera no se aprecie la tormenta. De hecho la mezcla le queda perfecta, y consigue calentar un poco los bailes más cercanos y dispersar la palabrería. Y que la música empiece a gobernar el ambiente… Como debe ser.

Momento de subir la intensidad y dejarse de postureos. Una base potente, con mucho groove, bien mezclado con la oscuridad. Sí, la escena empieza a ser más seductora.

– Vaya, si el dj también sabe bailar…

Esta vez solo escucha la voz, decide no volverse y así esquivar esa mirada. Y sentirse más fuerte. Y evitar… evitar lo que sea que está pasando. Pero esta vez no es una mirada, sino una mano que roza su espalda, esparciendo aquel veneno fosforito por todas sus terminaciones nerviosas. Por suerte está agarrado al potenciómetro de los graves, preparado para que rompa el tema. Y no se suelta, y no se gira. Y “¡boom!”, sube el grave, y suben las manos, y bajan las luces y… todo gira.

La cosa se está poniendo calentita – Piensa.

Y que lo digas… – responde la voz femenina.

Joder, ¿en serio lo ha dicho en alto? Sonríe. O algo parecido. Se mueve, tratando de agitar sus ideas, de esquivar el desequilibrio que experimenta su cuerpo, de mantener la vibración.

La escena se ha oscurecido, pero puede divisar una sonrisa brillante a lo lejos, enorme, casi desencajada. Angelito rebosa efusividad, sin duda está impregnado de aquella magia fosforito. Apenas puede distinguir sus rasgos, pero a la vez percibe una inverosímil cara de duende loco, que le produce una mezcla de miedo profundo y descojone absoluto.

No sabe cuánto tiempo ha estado sumido entre la estrambótica visión y la fusión perfecta de sonidos que acaba de hacer en la última mezcla… casi ni él distingue qué sonido pertenece a cada tema, o a cada plano, porque hay un efecto melódico que se escurre entre los agudos y los medios, y parece venir de otra realidad. El bombo, por su parte, casi puede tocarse, ha decidido emanar de la tierra y juguetear con los cuerpos presentes.

De hecho hay un cuerpo que se mueve muy cerca, pero realmente no le incomoda, más bien le transmite una vibración extraña, una corriente densa y seductora.

Déjate llevar… -susurran unas voces que se escurren entre los bombos del tema y la corteza de su cerebro. – Vamos a gozar.

Un fuerte chisporroteo anuncia el anuncio de un cortocircuito. Sonidos agudos, ácidos, corrosivos, que se cuelan entre neurona y neurona chamuscando cualquier atisbo de racionalidad a su paso. Lamiendo un beat detrás de otro, casi derretido y fundido con el tacto de la mesa. Áspera, delirante. Cargada de bombas y deseos.

Parece que alguien necesita relevo… – Esta vez la voz es masculina y vibra en otra frecuencia. Más cercana a eso que llaman realidad.

De cerca, Angelito ya no tiene cara de duende, pero sí de loco. El chico que está junto a él, en cambio, parece sacado de un dibujo infantil. Apenas se distinguen sus facciones, aunque sonríe ampliamente mientras mira hacia la mesa.

Quedan 4 min del tema que está sonando, pero un dj nunca suelta los mandos sin elegir la despedida, la pieza final. Algo que termine de abrir o cerrar la brecha, según corresponda. Algo que sacuda del todo las cenizas de la razón.

Al deslizar los dedos entre los vinilos nota de nuevo un calambre que retuerce sus terminaciones nerviosas, y le hace cerrar los ojos. Aunque rápidamente vuelve a abrirlos para no asomarse al extraño paisaje que se aparece en su mente.

Entre destellos, luces y sombras, distingue la presencia de aquella “señorita vestida de morado” desafiándole desde la profundidad de su maleta. Usted manda… Directa al plato. Y esa melodía del viento, directa al corazón. Y al fin, todo se funde. No hay suelo, ni techo, no hay recuerdos, ni capas, ni dolor. No hay nadie. Solo música. Y ella.

Le roza una mano y se aferra con fuerza. Y tira, y tira, y se deja llevar, hacia ningún lugar. Hasta que una pared surge de la nada para apoyar sus ansias, y la lengua húmeda y deslizante recorre su cuello. Oh dios.

Tú eres hoy mi Dios, Orfeo…

El encuentro entre sus bocas acalla esas desconcertantes palabras. Y más pasos hacia la nada, travesía perdida entre agarrones, caricias y olor a sexo. Y una puerta que se abre, o se cierra…

Carne de musa desnuda, que se restriega por todo su cuerpo hasta envolver su miembro. Lo atrapa, lo encierra y lo sacude, mientras la nada se revuelve, y sus entrañas de desgarran. Y su corazón se encoge, mientras su alma explota, expulsando gritos, sudor, semen y lágrimas. Bajando el telón de aquella borrosa escena.

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