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14 – La Música de las Esferas

«Pregunté: ¿cuál es el sonido más placentero que pueden escuchar mis oídos? A lo que mi abuelo contestó: es un acorde de notas separadas por intervalos desiguales, aunque con cuidadosas proporciones, causados por el movimiento de las esferas».

Quizá lo que realmente le apasiona es que nunca ha llegado a entenderlo. Igual que a Lucía, seguramente, y que a la mayoría de las cosas más estimulantes de su vida. Quizá se trata de una especie de atracción fatal por lo incomprensible, por lo abstracto, por el sinsentido. O por el pleno sentido… ese gran desconocido.

La primera vez que escuchó hablar de ella todavía era un niño, de hecho es una de las primeras conversaciones de adultos que aún retiene en su memoria. Le pareció fascinante, a pesar de que no entendía nada, y de que no había sido invitado a la charla. Pero a esa edad eso no es un condicionante, es una motivación para explorar. Quizá debería ser así siempre…

La armonía de la esferas sonaba a algo mágico, pero su padre hablaba de ello con esas expresión tan seria y embaucadora, absorto en su propio conocimiento, y al pequeño Vic le resultaba intrigante, ya que su padre no solía pasear por el mundo de la fantasía.

Tal y como había recordado Aurora, aquello no ocurría muy a menudo. Solo en las grandes ocasiones, cuando la conversación, el momento y las personas estaban perfectamente calibradas, mencionaba algún aspecto relativo a la música universal. Era su favorito, su jardín secreto, reservado tan solo para unos pocos.

Algunos años después, le tocó a estudiar a Pitágoras en el colegio y descubrió que no se trataba de ningún personaje de cuento. Aunque nada sabía su profesora sobre la armonía de las esferas, a su padre le pareció especialmente divertido que le hubiera preguntado acerca de eso.

¿Dices que le has preguntado a tu profesora sobre la armonía de las esferas?

Sí, y no sabía nada. ¿Es un secreto? Yo no quería desvelarlo…- Su padre había cambiado su mueca de sorpresa por una expresión realmente divertida. Estaba seguro de que sus carcajadas sonaban por dentro, y no entendía nada.

¿O es que era todo mentira? Pero ella habló de Pitágoras… – Elián estalló de risa. Aquel moco de 10 años le había preguntado a su profesora acerca de una de las más importantes teorías de la Cosmología.

No hijo, no es mentira, aunque tampoco podemos asegurar que sea verdad. Es una teoría, y me parece increíble que te hayas acordado de ella cuando tu profesora ha mencionado a Pitágoras. Estoy muy orgulloso, en realidad.

¿Por eso te ríes? – Él también estalló a reír. En realidad no entendía nada, una vez más, por eso nunca olvidará aquel momento.

Su padre se comprometió a explicarle qué era la armonía de las esferas cuando cumpliera 11 años. Faltaba poco más de un mes, pero le pareció una espera demasiado larga.

Sus cumpleaños siempre fueron muy multitudinarios, es lo que tiene tener una melliza e ir a la misma clase. Pero a él no le entusiasmaba el barullo, aunque el momento de soplar las velas y provocar la reacción de todos le resultó muy estimulante desde que era casi un bebé; quizá, porque no lo entendía.

Pero en casa vivía su gran momento. Sus padres siempre se afanaban mucho en que cada uno tuviera algo que quisiera y algo que le sorprendiera. Y ellos se comprometían a aceptar y utilizar ambos regalos. Era como una especie de tratado familiar.

Aquel año él había pedido un walkman, así que esperaba que la sorpresa fuera aquella historia. Y lo esperaba con ilusión. La mañana de su cumpleaños tenía una caja de zapatos envuelta con papel y un lazo amarillo delante del desayuno. Meira también tenía la suya, con un lazo morado, nunca le gustó el rosa. Dentro le habían puesto unos patines, su petición, y un cuaderno con plantillas y dibujos para colorear acompañado de unas pinturas muy profesionales para tratarse de un regalo infantil.

Y en la suya, el preciado walkman con la cinta de Michael Jackson de acompañante. Pero, además, había otra cinta, “El arte de la Fuga” de Bach, y un cuaderno de piel. Al abrir el cuaderno, encontró unas cuantas páginas escritas a mano. El resto del cuaderno estaba en blanco. En la primera página, una ilustración acompañaba a una tipografía que dibujaba tres palabras: La Melodía Perfecta.

Aquí tienes la historia que me pedías. Puedes descubrirla a tu ritmo, yo estaré encantado de acompañarte en tu búsqueda de la melodía perfecta”.

Papá

Leer no era lo suyo, escribir tampoco, pero aquel cuaderno le pareció un tesoro. Tardó semanas en leer y releer las palabras que su padre había juntado para él en las primeras páginas, a modo de resumen introductorio sobre la teoría de la armonía de las esferas.

El lenguaje era denso y bastante clásico, cada frase era un desafío para un niño de once años. Al principio le costó aceptar que no fuera la voz de su padre quien leyera y desmenuzara los términos para él, y que tampoco pudiera preguntarle qué significaba cada una de aquellas sentencias. Pero cada vez que creía haber entendido algo, su padre accedía a escuchar y matizar sus avances, como si fuese un druida.

Lo cierto es que observar el Universo, y la realidad, como un reflejo de proporciones numéricas, le pareció una enorme ventana hacia la comprensión. Como si verdaderamente se tratara de un secreto no revelado, que todos deberían saber.

Pasaba muchas horas jugando a diseccionar todo lo que percibían sus sentidos en proporciones aritméticas, pero sin duda su terreno favorito era el sonido. Su mente era capaz de grabar y reproducir las diferentes secuencias de sonido que se producían a su alrededor, y de superponerlas, creando una mezcla perfecta.

Cuando miraba al cielo, se preguntaba si realmente Dios podía hacer lo mismo con todas los sonidos del universo, y si en eso consistía la Armonía del Cosmos. Según aquellas líneas escritas con pluma en su preciado cuaderno, el movimiento del sol, de la luna y los planetas era el origen de las escalas musicales que se utilizaban aquí en la tierra.

Luego estaban todas aquellas metáforas mitológicas sobre lo que había por encima de las siete esferas planetarias; el Olimpo, Apolo, Orfeo y las Musas… que no sabía muy bien dónde encajar. Solo podían pertenecer al mundo de la fantasía, pero aparecían ahí, mezcladas entre grandes verdades del Universo.

Aunque no conseguía entender muy bien a qué se refería aquello de las raíces espirituales de la música, le alucinaba pensar que existían sonidos que no se escuchaban con los oídos y que provenían de aquella música de las esferas, y que en realidad eran como la fuente que daba origen a toda la música que sí podía escucharse.

Le costaba creer que aquello formara parte de la realidad, parecía más propio de una serie de dibujos animados y hacía tiempo que había aprendido a distinguir la realidad de los cuentos. Pero a menudo se imaginaba viajando al espacio para encontrar esa fuente, para escuchar esa armonía, en una de esas naves espaciales que sí eran reales.

Durante algunos meses, tuvo claro que quería ser astronauta. Hasta que llegó aquella visita al Zulo de Puma, y descubrió que había otro tipo de naves espaciales, que viajaban a través de la música.

1 comentario en “14 – La Música de las Esferas”

  1. La armonía de las esferas… Recuerdo hablarlo vagamente contigo como una locura, haran 10 años o algo mas? Y ahora me vas a contar toda la teoría. Sublime

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