«Pitágoras relata cómo ascendió tan alto su alma hasta llegar al mundo superior. Dada la pureza de su ser y el poder adivinatorio de su corazón, podía escuchar las melodías de las esferas».
El bombo… no llena lo suficiente, no es auténtico. Puede que le falte potencia, o igual es solo cuestión de ecualización… Quizá ya lo ha escuchado demasiadas veces.
El reloj del Mac marca las 11.11h y en su taza gris ya solo queda el culo del café aguado. La mesa acumula demasiados resquicios de una semana que empezó y terminó descuadrada. El equipo sigue guardado en la maleta en una esquina del estudio. Encima, su cazadora de piel negra con un sobre y otros asuntos de la noche del sábado rebosando el borde del bolsillo.
Una mirada improvisada hacia la ventana, quizá vendría bien un poco de aire, podría aprovechar para hacer algunas gestiones; lástima que la mañana huela insolentemente a lunes.
Prefiere dejarse secuestrar por la pantalla del móvil y dar un paseo ligero por los reclamos del inquisidor WhatsApp, buscando algún asunto que le empuje a un posible encuentro social. Pero solo aparece un latido punzante encima del ojo, que anuncia el regreso de ese maldito dolor de cabeza que no se ha ido… y un audio de Ángel.
“Buenos lunes Mr bombo de humo, vaya forma de desaparecer el sábado, ¿eh? Podías haber avisado porque nos pasamos un rato buscándote, quería presentarte a un par de contactos importantes. Te pasé ayer las fotos desde la cabina, ¿las has visto…? Hay que darles caña en las redes. Por cierto ¿a qué te dedicas? que sé que llevas más de tres horas despierto… Bueno haz lo tuyo y llámame, que voy camino del barro…»
Detiene el audio sin terminar. Tres horas despierto… Tiempo suficiente para terminar una canción.