«Existe algo único en la música, algo incomparable con el resto de las artes: su relación con el número».
La noche es bastante cálida para esta época del año, y al mirar por la ventana las luces parecen hacerle guiños. La verdad es que, por debajo de la pereza mental habitual, algo en su interior le tiene ganas a la noche, y se mueve sutilmente al ritmo de un bombo elocuente que quiere abrirse paso. De una puta vez. Y de una puta vez se ha puesto la camiseta morada de la que se encaprichó en aquel mercadillo de Rotterdam, a juego con las zapatillas que le regaló Ángel. Sabe que le hará ilusión.
Pero lo más raro es que esta vez no ha preparado el set. Bueno… sí lo ha hecho, pero no como siempre. No hay una preselección, ni un orden. Ni un discurso, realmente. Su preparación le había llevado al punto de la improvisación. Y eso es lo único novedoso que ha podido encontrar… pero cuanto más se acerca el momento, más estimulante es.
Esta vez ha quedado con Ángel allí, así que decide salir justo de tiempo, a ver si se repite la escena de la cafetería, y cuando llegue le está esperando. Pero al bajarse del Cabify con todos sus bártulos, su mirada se pierde entre una considerable masa de gente que se agolpa junto a la entrada. Duda de si puede tratarse de público de otro evento, pero a medida que se acerca distingue los rasgos típicos de la fauna electrónica.
Se detiene a una distancia prudencial, cuando parece que algunas de esas jóvenes miradas encendidas le reconocen. Mientras está sacando el móvil, una chica que anda deprisa choca con su brazo. Apenas detiene el paso para girarse, y apenas puede verle la cara semioculta bajo la capucha. Pero sus ojos se le clavan, por un momento, y paralizan la escena.
Siente que alguien vuelve a chocar contra él, pero esta vez es la mítica palmada en la espalda de Ángel que aparece con cara de suricato.
– Va a haber aforo completo, tío, esta noche se pelean por entrar. ¿Sabes hace cuánto que no pasaba esto en Madrid? Es increíble, nos ha tocado el premio gordo.
Mientras Ángel se esfuerza en sacar la mejor panorámica de la ingente cola, intenta analizar la situación y ubicarse. A estas alturas de la película no va a ponerse nervioso… pero quizá no sea el escenario que esperaba. O quizá sí.
¿Qué factor ha conseguido tanta afluencia esta noche? ¿La fecha? ¿El clima? ¿Ella? Sabía que NinFa estaba de moda, pero aún con invitados internacionales a los clubes les costaba llenar. “El premio gordo” dice Ángel… El premio gordo es que toda esa gente esté ahí por ti, y ambos saben que eso no es así, así que habrá que aprovechar la oportunidad, ganarse al público. Justo el feliz día en el que se le ha ocurrido no prepararse el live.
– Hoy van a empezar a cambiar las cosas, es el día.
– La noche…
– Sí, claro, esta es la noche. ¿Estás bien? Te veo muy serio…
– Muy bien, solo me estoy concentrando, quiero que todo salga perfecto.
– Bueno no te olvides de pasártelo bien, y de interactuar un poco, si no es mucho pedir. Ya hemos hablado de que hoy está…
– Sí, ya lo hemos hablado. Así que no hace falta hablarlo más, a disfrutar, como bien dices.
Nada más entrar, el reflejo del flash parece querer difuminar la realidad y deconstruye la escena en locas instantáneas que muestran una pista ya candente, joven y colorida. Parece que el negro va perdiendo terreno en la noche.
La ronda de saludos que dilata el camino al camerino no le deja captar demasiados detalles, pero está claro que hay movimiento, calor y endorfinas en el ambiente. Concentra su energía en intentar mostrar su cara más amable en el posible encuentro en la trastienda, esquivando la mirada de Ángel que ya se torna acelerada, como un felino que se acerca a su presa.
El camerino está al principio del pasillo y en ese corto intervalo no se cruzan con nadie. Agradece el margen mientras el voltaje de Ángel se rebaja un poco.
– Bueno pues empieza el juego. Y no me saltes con que esto no es ningún tipo de juego porque ya sabes que es una forma de hablar. ¿Qué tienes preparado?
Silencio. Sabe que con el escaso nivel técnico de Ángel cualquier generalidad puede servir, pero no aparece ninguna.
– Nada.
El gesto de Ángel parece descomponerse y recomponerse en milisegundos, para acabar convertido en una forzada carcajada.
– Tío, a veces te sale ese puto humor gallego que me deja clavado. Jajaja. Así que quieres sorprenderme, ¿no?
– Eso es… Pero sobre todo sorprenderme a mí mismo.
Tras un par de trompicones se abre la puerta y entra un hombre voluminoso con marcado porte de la vieja escuela.
– Coño, mira que dos figuras tenemos aquí.
– Figura la tuya, Veneno, ¡qué alegría verte!
Mientras Ángel desahoga su efusividad por fin, intenta contagiarse y entrar en juego. Allá va.
– Sí, un placer conocerte Veneno, qué bien que hayamos coincidido, está claro que esta es una noche especial.
– Bueno especiales son todas, sí, pero uno ya está cansado, que soy mayor, y esto está lleno de hormonas adolescentes… Yo no sé dónde meterme jajaja pero al final siempre me toca venir a poner orden.
– Bueno, lo creas o no, a veces me pasa un poco lo mismo.
– Claro coño, si es que hay que dejar paso a las nuevas generaciones, porque al final su energía mueve a la gente. Por eso NinFa funciona así.
La efusividad de Ángel va convirtiéndose en inquietud e intenta recuperar protagonismo en la conversación.
– Claro, tu chica lo peta, pero es que lo vale, al final la calidad también es muy importante, el hecho de no ser un producto de usar y tirar.
– Bueno, si funciona, usémoslo, y luego ya veremos si se recicla o se tira, ¿no?
Intenta controlarse mientras Ángel se ríe, pero ese sonido solo consigue empeorarlo:
– Igual no es una cuestión de usar, si no de impulsar. Eso es lo que hacen los promotores y los managers, ¿no?
El Veneno le mira, y sonríe despacio. Ángel no le quiere mirar.
– Espero que disfrutéis de la noche, figuras. Se ha montao un sarao muy majo, así que aprovechad y pasároslo bien, vosotros que podéis.
– Gracias Mr, igualmente – Se adelanta Ángel – Espero que nos veamos luego y sigamos charlando…
No responde, pero antes de salir vuelve a mirarle y sonríe, o algo parecido.
El camino hacia la cabina es especialmente denso, con Ángel sumido en un tenso silencio y su corazón subiendo de bpms. Aún queda media hora para que empiece su set, lo cual le parece un tiempo perfecto para entrar en contacto con la escena sin abrumarse. Pero ese tiempo le parece ínfimo cuando recuerda que su única certeza es la improvisación.
En alguna parte de su mente un procesador independiente ya está buscando posibles rutas musicales habituales, planteando opciones y trazando un mapa de seguridad. Es casi subconsciente, pero poco a poco ese proceso va invadiendo su atención y generando tensión.
Tensión que colapsa al chocar de frente con alguien, una chica… esa chica. Cubierta por su capucha. La chica que no baila, vibra, y es capaz de pararlo todo, y desaparecer. Y chocar dos veces. Y ahí se queda, clavado, mirándola fijamente a los ojos , mientras ella se mantiene impasible, una vez más, congelando la escena.
Hasta que, de nuevo, la mano de Ángel aparece por la espalda y ahuyenta la magia.
– ¿Quién es?
– No lo sé.
– Ya veo… seguimos genial con las relaciones públicas.
Al subir los escalones, desde el fondo de la cabina, la visión de la pista es difusa, pero el juego de luces y humos le da un aspecto muy atrayente, como de pantalla de videojuego antiguo. Y después de unos instantes sumido en esa visión, aún notando la latencia del impacto con la chica, se da cuenta de que ya no hay tensión, de que está totalmente dentro de la pantalla, deseando desplegar sus trucos.
El dj residente que está pinchando también es muy joven, pero no tanto como la mayoría del público. Solo se han cruzado un par de veces antes, pero cuando se acerca para ir colocando su equipo, le sonríe decidido y el chaval responde con bastante empatía.
– Qué alegría verte Orfeo, me hace mucha ilusión que coincidamos en una sesión.
– Igualmente, es un placer estar aquí y sobre todo actuar después de ti, me está gustando mucho.
– ¡A tope!
El chaval sube la vía de golpe y consigue una mezcla inesperada e impoluta, con mucha carga energética, y el público responde. Se ve que tiene calidad, además de la frescura.
Lentamente empieza a colocar todo el arsenal que ha traído, y cuando termina se coloca casi a su lado, en segundo plano, clava sus ojos en la pista y empieza a bailar. El chaval sonríe y se viene arriba, acentuando sus movimientos y subiendo la mano, además de los bpms. Pero él prefiere no fijarse en la cifra que muestra la pantalla, y deja que se sincronicen los latidos de su corazón. Tampoco ha intentado definir el estilo musical que está sonando, ni analizar la posible progresión. Ni ha vuelto a mirar a Ángel.
Solo está listo para la acción. Tras un par de temas subidos de tono, acompañados de una buena dosis de ademanes, el chaval se despide del público. Él le dedica un aplauso y un abrazo. Se acerca pausado a la mesa, termina de alinear la maquinaria, enciende el Ableton Live, y cierra los ojos.