«Nada tiene que ver la música con lo cotidiano, ni con el pensamiento…».
– Espero que hoy te hayas levantado con ganas de un buen Mambo… Te recojo a las 23h.
No puede negarlo, su apatía suele rendirse cuando le toca pinchar en Mambo. Tener una residencia mensual le hace sentirse respaldado, una buena fecha asegurada sea cual sea el nivel de eficacia de los tejemanejes de Ángel a la hora de llenar su agenda. Además, le gustan los jueves. El público llega fresquito, y cualquier concesión parece saborearse el doble.
En Mambo, Fer Vidal siempre ha seguido una línea de programación definida, y los invitados casi siempre tienen un nivel más que satisfactorio. Aunque el sonido sigue siendo la asignatura pendiente… al fin y al cabo, está en Madrid.
Lo más importante es que tendrá su mente ocupada todo el día en preparar la sesión, sin auto flagelarse por su estancamiento creativo.
Tiene ganas de sorprenderse a sí mismo, pero quizá no cuente con material suficiente. Podría hacer algunos fichajes de última hora, aprovechar que algunos de sus últimos lanzamientos habían aparecido en el setlist de varios artistas internacionales, darles algo de cancha, y soltar algunas bombas en medio. A Ángel le encantaría… y por ese mismo motivo, la idea no resulta nada seductora.
Hoy le toca cerrar después del invitado, Trígono, un joven de Bilbao que ha sido nominado como artista revelación y que navega entre el techno y el IDM. La idea de sacar a relucir alguna de esas joyas que guarda dentro de la carpeta “experimental” resulta muy tentadora, pero sabe que no es lo que corresponde, después de un par de horas de sonidos atmosféricos, con los estimulantes en pleno auge, la gente estará deseando levantar las manos y lanzar uno de esos “¡tomaaaaa!” que tanto le horrorizan.
Después de un largo rato rebuscando, escuchando, seleccionando y estructurando, la tensión en el cuello comienza a subir peligrosamente hacia la cabeza, así que decide hacer un “reset” antes de que la maldita migraña se decida a acompañarle también esta noche.
Comida china y siesta de sofá, no vaya a ser que la cama le atrape más de la cuenta. Cierra la persiana del salón herméticamente, a pesar de que apenas queda luz fuera, y se asegura de que el teléfono esté en silencio.
El sofá no tarda en empezar a absorberle, como si empujara su cuerpo hacia una tierra a la que nunca llega. Gravedad ingravitatoria…
Y de nuevo aquella masa de agua oscura, envolvente y desconcertante, en la que se difumina su presencia, aunque esta vez resulta más apacible, pese a que sigue moviéndose en su quietud, como en una apabullante calma.
No hay olor, ni frío ni calor, sus sentidos parecen haberse desconectado de su presencia abstracta. Una bruma sonora, metálica, suave, se aproxima desde un horizonte incierto.
Se acerca, o eso parece, ya que su intensidad comienza a percibirse con más detalles, alrededor, en todos sitios y en ninguno… Como si empezara a fusionarse con su campo magnético, como si fueran uno…
De nuevo aquel estremecedor bombo y un espasmo muscular. De nuevo, el sofá… La oscuridad, la noche, la realidad.
Y su ritual… el móvil, el equipo y cableado minuciosamente colocado en la maleta, la ducha tibia, el espejo, los vaqueros negros, el sándwich y el café.
Ya son las 23.11 y Ángel no ha dado señales. Algo que una vez más, agradece… La noche va a ser larga, y una sobrecarga de conversaciones insulsas en la trastienda es lo que menos necesita su inspiración.
Apura el café al escuchar el claxon del A3, pero decide “vengarse” con una última visita al baño y un nuevo chequeo para comprobar que lleva todas sus municiones.
El trayecto es bastante corto, o debería serlo, pero una vez más Ángel se pasa la salida, sumido en uno de esos monólogos sobre las programaciones de los próximos macro-eventos de verano, los rumores sobre problemas burocráticos de algunos de ellos y las manos negras que, por supuesto, están detrás.
Cuando llegan el club acaba de abrir sus puertas, y ya se observa movimiento fuera. El frío no parece traspasar ni un ápice la armadura de los chavales que, entre copas de plástico y humos furtivos, van poniendo a punto sus ansias festivas.
Sortean un par de grupos formados por rostros excesivamente jóvenes, o al menos eso parecen, para acercarse al acceso lateral custodiado por Lula. Su pelo rojo no se ve en absoluto favorecido por las estrambóticas gafas de pasta que ha elegido esa noche, y que solo parecen ir a juego con los imposibles tacones.
Con una sonrisa transversal que deja ver todos sus dientes, tiende sus brazos hacia Ángel fingiendo una especie de gritito de entusiasmo seguido de un eterno “Heeeeeeeyyy!” y una mueca de abrazo.
Al volverse hacia él ladea el gesto con una mirada pícara que pretende ser provocadora.
– Qué ganas de volver a verte, Vic… Bueno y de escucharte, claro.
Los dos besos se dilatan demasiado… Nunca ha entendido cómo y por qué ese ser rocambolesco se dedica a seleccionar el perfil del público “apto” para el club, aunque tampoco entiende qué sentido tiene eso.
Fer llevará unos 45 min pinchando cuando, después de los saludos protocolarios, al fin pueden sumergirse en el interior del club. Sin duda es un buen residente, de los pocos que todavía saben manejar un warm up, con sabor propio pero siempre dejando el plato listo para el invitado, con el punto justo de sal.
De momento se mueve en un deep techno muy amable, suave, pero efectivo. Rápidamente le divisa desde la cabina y junta las palmas de las manos por encima de su cabeza a modo de saludo.
Le devuelve una sonrisa y una leve reverencia, y se dirige directamente al camerino, nada de interrupciones en cabina. No tarda en identificar la figura de Ángel al fondo del pasillo, que ya husmea en su territorio favorito, hablando con un chico muy delgado vestido de negro y una mujer alta que está de espaldas.
Se plantea esquivar el encuentro… y se siente absurdo. Da igual, Ángel ya hace sus ademanes para que se acerque.
– Vic, ¿conoces a Trígono? –Le irrita que se lo pregunte cuando sabe perfectamente que no.
– No he tenido la ocasión, que yo recuerde; encantado.
El joven esmirriado toma su mano extendida y le atrae hacia él convirtiendo el gesto en un abrazo.
– ¡Encantado yo! Tenía muchas ganas de conocerte, es un honor que hayamos coincidido esta noche, ¡estoy hasta nervioso! Pero vengo bien preparado, ¡eh!
Vaya, no esperaba tanta efusividad ni expresividad de un cuerpo tan oscuro y enjuto. No puede evitar sentirse un poco abrumado, lo cierto es que hace mucho tiempo que ningún artista le muestra abiertamente reconocimiento. Los newcomer parecen estar avinagrados y las alabanzas son algo impensable en los veteranos.
La mujer que le acompaña parece ponerse más seria cuanto más se emociona el chiquillo, así que toma la iniciativa de presentarse, aprovechando que después de tres “gracias” seguidos comienza a sentirse como un engreído o un estúpido, quizá ambas cosas.
– Creo que tampoco nos conocemos… Víctor, encantado.
Se posiciona para el ritual de los dos besos y ella interpone la mano de la palma ladeada y extendida. No hay forma de acertar.
– Soy Gloria Merino, road manager de Trígono, un placer.
Sigue estando igual de seria, tanto que hasta empieza a hacer frío.
Ángel y Trígono siguen compartiendo chorros de palabras, comentando todos esos “grandes” hitos, tan pasados, de su trayectoria, y riendo con algunas anécdotas de artistas trasnochados. Trígono se vuelve de nuevo hacia él, casi saltando, como un niño.
– ¿Puedo serte sincero? El tema que a mí me volvió loco fue “Nullius in Verba”… de lo más revelador que he escuchado nunca.
Su sonrisa complaciente enmascara el abismo que se abre entre su mente y su corazón. “Nullius in Verba” siempre fue el favorito de Lucía, y de nadie más. Pocas veces incluía vocales en sus producciones, pero aquel susurro de hadas le resultó tan embaucador… Le aportaba un punto delirante, hipnótico, y a pesar de ese marcado carácter atmosférico quedaba imponente al mezclarlo con una buena base.
A pesar de que parecía estar firmado por un ente paralelo, no fue difícil publicarlo a modo de Intro junto con otro track lo suficientemente sólido en un EP que había sido editado por el sello NVI. Lo cierto es que siempre pasó desapercibido, almacenado como un cromo más en una larga colección de mediocridades.
– Quizá lo ponga esta noche, en tu honor… – Se sorprende diciendo.
Y por un milisegundo la efusividad levemente contenida del gesto del chico le hace recordar a Lucía, la primera vez que la conoció.