«Si cualquiera como Pitágoras, del que se dice que escuchó esta armonía, hubiese sido liberado de su cuerpo terrestre y se hubiera visto purificado mediante un don divino, habría percibido cuanto a los demás es invisible e inaudible».
Son días de ambiente extraño, tensión sostenida, como en la intro de aquel live que abrió la puerta a su pequeño affair musical con Odyssey.
Pero no es música lo que suena, sino noticias y voces exaltadas que más bien parecen alarmas. Él lleva tanto tiempo sin ponerse alarmas… Pero parece que lo de la epidemia es serio, han cerrado los colegios y ya cuentan centenares de casos solo en Madrid.
Su madre y su hermana se han ido al pueblo, con los niños, y eso sí que va en serio. Algo en su interior está inquieto, asustado; solo son unos cuantos kilómetros unos pocos días, nada nuevo, pero esta vez es diferente.
Quiere que le abracen fuerte y le lleven con ellas de la mano, dejarse llevar por esa impulsividad irracional tan sabia, por la intuición, la intensidad y la magia de lo femenino, por el amor incondicional. Disfrutar de la luz difusa de la mañana, del olor a mar y eucalipto, de los paseos frondosos, las conversaciones místicas y el sabor del pueblo. Pero se queda inmóvil, anclado, en su nave, acariciando cicatrices y observando cómo el amor se aleja para dar paso a la soledad, una vez más.
“La soledad no existe…”, palabras que se tiñeron de vacío y absurdo cuando Lucía las pronunció en una de sus últimas conversaciones, otro de esos trucos que usaba para no afrontar la realidad. Para luego irse, inundándolo todo de esa sensación en la que no creía. Insensatez o crueldad, le sirvió unos días para intentar detestarla, pero no lo consiguió. Ni entonces, ni ahora, porque lo que más le molestaba es lo que más añora. Su locura, su poesía, su verdad.
El sonido del móvil le despierta y la voz de Helena le rescata.
– Están sonando las trompetas, compañero, espero que estés preparado.
– ¿Preparado para qué?
– Para trascender.
– Apenas estoy preparado para levantarme, al menos hoy.
– ¿Y por eso te has quedado?
– No sé por qué me he quedado, ni por qué se han ido. O quizá a ellas sí las entiendo, pero a mí no, y a eso no estoy acostumbrado.
– Has tomado una decisión sin entender por qué, eso es valiente por tu parte.
– No sé si es valentía, o cobardía.
– Seguramente ambas. Sea como sea, ahí estás, así que llénate de presencia.
– ¿Y eso cómo se hace?
– Soltando, dejando ir, liberando el pasado, la ausencia y diciéndole a tu energía que puede volver a tu corazón, que es un lugar maravilloso para habitar. Y después seguro que estás listo para levantarte, para olvidar lo que anhelas y sentir lo que deseas. Y avanzar. Y trascender.
– Muy bien profe, lección apuntada. Pero no tengo ni idea de cómo ponerla en práctica.
– ¿Aún tienes la obsidiana, verdad?
– ¿La piedra…? Sí, está en el estudio.
– No… La llevas encima.
– ¿Cómo? – Su cabeza reniega mientras sus manos incrédulas palpan su cuerpo hasta llegar al bolsillo. – No puede ser. Bendita bruja, este ha sido uno de tus mejores trucos, ¿cómo lo sabes?
– Jajaja, ay compañero, solo es una cuestión vibracional. No siempre es cuestión de saber, sino de sentir.
– ¿Me estás diciendo que puedes sentir la piedra desde allí?
– Puedo sentirte a ti, podemos estar cerca aunque nos separen kilómetros. Así que no te preocupes y atrévete a sentir… Ese es tu tesoro.
– ¿Mi tesoro?, ¿cómo el anillo?
– En su viaje, el héroe, al final vuelve con el tesoro y llega ese momento que tanto había estado esperando.
– Yo ni soy un héroe, ni tengo tesoro, como mucho soy un náufrago.
– Todos somos los héroes de nuestra vida, así que ponte en pie, despierta tus sentidos y presta atención a las señales.
– Creo que las recibo, pero no las entiendo…
– Ya, en eso consiste.
Al colgar se queda absorto intentando empaparse de toda esa sabiduría que Helena ha intentado trasmitirle, pero el móvil conquista de nuevo su atención con una notificación de Whatsapp.
“A veces se entiende por arte la técnica; sin embargo, mientras que a la técnica se llega por medio de la constancia y por acto de voluntad, al Arte se llega por el acercamiento a la perfección interna; esa perfección del alma que no tiene metros para medirse, ni métodos racionales para explicarla, porque está más allá de la materia y de la razón».
Esta vez tiene claro quién lo firma, o mejor dicho, quién lo firmó… Leonardo da Vinci, el gran favorito de las musas, todas le adoraban, incluidas Meira y Lucía. Sabían cómo llevárselo a su terreno para apoyar cualquier devaneo artístico o filosófico que les apeteciera tener. Y así ganar toda la atención de su padre, que escuchaba atento y sonriente y deslizaba cuestionamientos sutiles para que ellas siguieran desarrollando su genialidad.
De golpe su mente refleja cada una de esas palabras escritas con un pilot negro en una hoja cuadrada. El cuaderno. No necesita comprobarlo, no tiene duda de que eso está escrito, aunque no recuerda cuándo ni cómo.
Entonces, ¿los mensajes son una estratagema de Meira? O… No, eso es imposible. No puede ser Lucía. Está lejos, y además nunca leyó el cuaderno… No, seguro que no. Pero ella es capaz de algo así, de hacer magia y saber cosas. Y él, solo un niño abandonado y asustado inventando finales de cuento.
Antes de pensarlo ya está llamando al maldito número misterioso. Nadie contesta, así que llama directamente al número de Meira.
– Hola hermano, qué bien que llames.
– ¿Por qué? ¿Ha pasado algo?
– No Vic, porque eres mi hermano, y me alegra que me llames.
– Ah claro, a mí también me alegra Mei.
– Vigila no vibrar en el miedo Vic, ahora es importante.
– ¿Sientes que estoy vibrando en el miedo?
– Bueno… en general es por cómo está el ambiente, el miedo puede ser muy contagioso, más que el virus incluso.
– Sí, estoy de acuerdo… ¿Cómo están las cosas por allí?
– Bueno aquí la gente sigue con lo suyo, se sienten protegidos, pero también están preocupados. Todos tienen familia fuera y creen que van a estar mucho tiempo sin verles.
– Pero serán más bien unos días, ¿no?
– Se dice una temporada.
– Entonces… ¿Qué va a pasar con el homenaje?
– Yo no tengo esa respuesta hermano. ¿La tienes tú?
– Yo solo tengo preguntas.
-¿Puedo ayudarte con alguna otra?
– Sí, claro, ¿por qué me estás mandando esos mensajes?
– Bueno no es ningún mensaje, solo estoy hablando contigo.
– No, joder, me refiero a los del móvil, los mensajes misteriosos. ¿De dónde has sacado ese número?
– Uyuyuy… Qué interesante esto, ¿mensajes misteriosos?
– No te hagas la pava conmigo.
– Jajaja, me encanta. Recuérdame qué te decía en los mensajes y te digo por qué te los he mandado.
– En serio Mei, necesito saberlo.
– Joder Vic, no hagas que me preocupe. No sé de qué mensajes me hablas y espero que sean mensajes románticos y que creas que yo te estoy vacilando y no amenazas, ¿no?
– Joder… ¿En serio? No, no son amenazas, ni mensajes románticos. Solo cosas raras.
– ¿Cosas raras?
– Sí, como las que podrías escribir tú.
– Yo nunca he sido de escribir Vic, sabes que a mí me gusta hablar. Y además ¿por qué iba a hacer eso, mandarte mensajes desde otro número?
– Entonces ya sí que no entiendo nada de nada.
– A veces no es cuestión de entender, sino de sentir.
– ¿Otra vez? ¿Otra con lo de sentir? Si yo siento, siento que nada tiene sentido. ¿O eso no vale?
– Claro que vale. ¿Sabes qué siento yo ahora mismo?
– Algo muy intenso y profundo…
– Sí… tanto como que un padre es capaz de mover los hilos del universo hasta conseguir que su hijo escuche la Melodía Perfecta.