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19 – Obsidiana

«Marsilio Ficino solía cantar los himnos de Orfeo en ceremonias para impregnar talismanes con la energía de los planetas».

De nuevo el lunes llama a la ventana, esta vez acompañado de un embaucador sol invernal, que no lleva demasiado tiempo alumbrando cuando abre la persiana de la habitación.

El estudio le recibe con un ligero desorden, el olor de la creatividad nocturna, y aquella enigmática piedra sobre la mesa. Acompañado de una enorme taza de café turbio, enciende la pantalla con ganas de aferrarse a la rutina de una semana que se presenta bien compuesta, con pocos compromisos, bastante tiempo para producir y un buen bolo.

Pero antes de deleitarse estructurando tareas y horarios, se deja distraer de nuevo por la piedra, que parece observarle fijamente, ahí, tan oscura, tan brillante… Y tan inverosímil. De algún modo le impone su presencia, pero a su vez le atrae y no puede resistir el impulso de tocarla, de sostenerla.

Y de nuevo esa corriente, ese magnetismo, esa sensación extraña. Cierra los ojos, pero rápidamente huye del intenso panorama, y exaltado vuelve a abrirlos y vuelve a depositarla sobre la mesa. Le hace una foto con el móvil y se la envía a Helena.

¿Te dice algo?

Se siente algo estúpido al preguntar acerca de una piedra. Pero bueno, con Helena nunca ha utilizado filtros, y además ella siempre menciona las propiedades de las piedras mezcladas entre sus metáforas vitales y los abalorios que la decoran.

Aparca de nuevo el teléfono y decide echar un vistazo por las redes. Un terreno pantanoso por el que transitar a menudo. Un maldito escaparate, que nunca está lo suficientemente bien decorado, al que Angelito dedica largos discursos. Porque sus cifras no son lo bastante altas, porque sus publicaciones no generan suficiente engagement, y, en definitiva, porque no tiene una carismática existencia que decorar y mostrar en la pantalla.

En su muro se suceden los escuetos mensajes sobre sus nuevos lanzamientos, carteles y promos en los que se anuncian sus fechas, fotos de actuaciones con recurrentes agradecimientos a los promotores y público de la sala, y tal vez algún contenido compartido de la página de algún otro artista o de alguno de los escasos medios de comunicación especializados que sigue.

Al fin y al cabo se trata, o debería tratarse, de un instrumento de trabajo para acceder a feedbacks y contrataciones en lugares lejanos que, si no, serían difícilmente alcanzables, y que permita llevar a cabo algo parecido a las relaciones públicas, intercambiando mensajes con artistas y sellos estratégicos, sin moverse de la guarida.

A veces se asoma a los perfiles de otros artistas, e intenta analizar las técnicas de comunicación que emplean, y comprender el comportamiento de ese público digital, tan abstracto, tan cuantificable. Mensaje, reacciones, interacciones. Un ciclo sencillo que le cuesta impulsar, ya que a menudo no existe ningún mensaje. Alguna vez ha elucubrado sobre cuáles podrían ser los rasgos destacados de su ego público. Y siempre termina renegando de ese yo, y de la industria, y de la vida.

Y lo peor, es que siempre aparece la tentación. Las ganas de asomarse a esa ventana empañada, tras la que le aguardan las imágenes, frases retóricas y reflexiones inspiradas de aquella que siempre lucía. El más puro contraste a la superficialidad del mundo digital, tan sutil, tan profunda, tan natural. Aunque hace tiempo que decidió cortar con esa enfermiza conexión virtual, y ahora solo puede ver sus fotos de perfil. Fotos ahora ajenas, que muestran su silueta difuminada en lugares que no han pisado juntos, realizadas en momentos que no han compartido. La imagen de la distancia, del adiós.

El sonido del móvil le devuelve a la realidad. Helen llega, como siempre, en el momento justo para rescatarle de su turbia dispersión.

Compañera…

Qué alegría oírte, Vic. La verdad es que llevo días pensando en ti, hace un par de noches incluso soñé contigo.

¿Ah sí? ¿Tanto me echas de menos?

Sabes que sí, presumido, pero en este caso creo que se trata de otro tipo de asunto… El caso es que de alguna forma andaba esperando tus señales. Y mira, has superado mis expectativas. ¿De dónde has sacado la obsidiana?

¿Te refieres a la piedra? Pues… no lo tengo claro. Lo cierto es que de mi bolsillo.

– Ya… Pero en algún momento la meterías ahí, ¿no? Y de algún lugar debe proceder… ¿O no la metiste tú?

Realmente, no lo tengo claro.

Carallo, qué intrigada me tienes. Y cómo me gusta… – No puede evitar reírse. – El caso es que a menudo pasan cosas así con las piedras más poderosas, aparecen cuando tienen que aparecer y desaparecen una vez terminada su misión.

– Bueno vamos a imaginar que eso es lo que ha pasado… La piedra ha decidido que tenía que aparecer. ¿Cuál es su misión?

– Jajaja, pues aunque no lo creas el hecho de que me hagas esa pregunta demuestra que ya ha empezado a trabajar, porque si no sería imposible que tú partieras de una premisa así. A ver, la obsidiana es una de las piedras más utilizadas para el trabajo interior, especialmente para conectar con el inconsciente y trabajar con la sombra. Si nos ponemos más espirituales, la obsidiana vitaliza el propósito del alma y anima a explorar lo desconocido… y a afrontar el verdadero yo. Así que, compañero, no sé cómo habrá llegado, pero trae un mensaje claro… Ha llegado al momento de pasar de pantalla.

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