«El papel de la música es liberar el espíritu que se encuentra preso en el interior del hombre».
La oscuridad ya aprieta pidiendo paso, cuando por fin abre de nuevo la puerta de su guarida. Tras el desconcertante encuentro con la periodista, Ángel ha insistido en que comieran juntos para definir unas supuestas líneas estratégicas que más bien parecen borrones y salpicones en una hoja en blanco, o mejor dicho, en negro.
Para rematar la jornada le había arrastrado hasta la oficina de Takeoff, la marca de gafas de sol lowcost que hace las delicias de los chavales, para negociar un posible sponsoring. Al terminar la reunión, no tenía ni idea de si la negociación había ido bien o mal, pero sí estaba seguro de que no quería ser un personaje más de ese cómic satírico.
¿Qué tiene que ver el trabajo de un dj con unas gafas de sol? ¿Desde cuándo el techno se preocupa por los complementos? ¿En qué maldito momento el marketing ha enviado a la música a jugar en el patio de atrás? Normal que últimamente la inspiración le haya dado la espalda, seguramente las musas se la han llevado a un lugar más digno… en el que no hacen falta gafas de sol.
Quizá a pesar de todo hoy consiga avanzar de una vez, solo necesita volver a encauzar el ritmo de su pensamiento, tan disperso como la palabrería de Ángel intentando convencerle de que los festivales y las fiestas matutinas han cambiado los cánones, y por supuesto la influencia de la figura del dj en las nuevas generaciones, que bla, bla, bla…
Enciende el monitor mientras intenta apagar sus devaneos mentales y poner el “modo producción On”. Quizá la maldita canción es la pieza que necesita para volver a poner su mundo en orden. O quizá solo resulte ser un efímero chute de autocomplacencia. En cualquier caso ya es hora de terminarla.
Sube el volumen a un nivel exagerado, con la esperanza de dejar de escucharse a sí mismo, y le da al play. Sin duda la base es lo suficiente sólida como para construir algo potente, y la idea de jugar con esas pausas silenciosas le resulta estimulante. Pero no es suficiente. Después de un rato ajustando, añadiendo y quitando capas, deconstruyendo loops…, tiene la sensación de haberse adentrado en un túnel, vacío y oscuro.
Aquella estrambótica pregunta vuelve a resonar en su cabeza, “¿Toroid fue también una cuestión de energía…?”.
Su escueta respuesta técnica no parecía haber satisfecho las expectativas de Ariadne, que de nuevo le sostuvo esa mirada tan seria durante un par de segundos. Pero ¿qué esperaba? Había hecho muchas preguntas extrañas… “¿Te seduce la oscuridad?”.
El techno siempre ha sido sinónimo de energía, y oscuridad… ¿o no? ¿O también debería ponerle unas malditas gafas de sol a su sonido?
A su padre siempre le gustaba observar el mundo a través de las suyas, era difícil rememorar su cara sin aquellas Ray-Ban de aviador que salvaguardaban su mirada eterna, especialmente cuando se hallaba sumido en uno de sus discursos.
“En todas las eras del ser humano han existido corrientes musicales que operaban como catalizadores de experiencias…”.
Un par de décadas atrás, aquella teoría había despertado en él una comprensión más profunda de aquel fenómeno que había cautivado sus ansias adolescentes. Todas las semanas planificaba su ruta musical, estudiaba las programaciones de los clubs asequibles, investigaba a los nombres que no conocía y apuntaba el hito correspondiente en su agenda de instituto, sin importar si contaría o no con compañía.
Siempre llegaba con tiempo suficiente para controlar todo el espacio y elegir una buena posición desde la que observar el transcurso de la noche. Cuando la pista estaba en plena ebullición, algo que no siempre ocurría, le encantaba observar cómo el público se abandonaba a la música, liberando emociones, movimientos y gestos inverosímiles en un lenguaje compartido, como si el sonido abriese la puerta a un universo paralelo. Nunca fue capaz de razonarlo… quizá por eso le conquistó.