«La perfección es muerte, la imperfección es el arte».
La vuelta a casa se convierte en una travesía lenta y densa. Los pensamientos pesan, y cada pequeño estímulo arrastra una sensación diferente. Y al abrir la puerta, entra sin avisar la migraña, que últimamente parecía haberle dado una tregua, aunque quizá solo fuera una treta para pillarle desprevenido. Una vieja enemiga que siempre le desafía, imposibilitando cualquier tipo de distracción o actividad mental para postrarle frente a sí mismo.
La historieta existencial de Puma aparece difusa en sus pensamientos, demasiadas reflexiones abstractas que han abierto una pequeña brecha… ¿se está enfrentando él también al final de su carrera? Joder, si la mayoría de tops mundiales son mayores que él. Y ni siquiera ha llegado a editar un álbum, entre otros muchos objetivos por cumplir. El primero, el lanzamiento en Odissey, que aspira a convertirse en un punto de inflexión, no en una despedida.
Pero… ¿realmente es así? ¿O tan solo es una artimaña de su mente para no afrontar la realidad? Quizá esto solo es el principio de un declive, que ni si quiera parte de ninguna cima. Solo de la mitad del camino, y es que en realidad nadie sabe cuál será su verdadero recorrido.
Al fin y al cabo esa no es su historia, es la historia de Puma. Aunque la mención de aquellas palabras de su padre, como siempre tan abstractas, tan ambiguas, había levantado de nuevo aquella persiana. La que ocultaba los recuerdos de aquel día, en el que se precipitó la despedida.
La noche anterior había tenido bolo, uno de los grandes, en la primera edición de Cultura Techno, un festival que pocos años después sucumbió ante las presiones políticas y administrativas que ahogaban la escena de Madrid. Por aquel entonces todavía no tenía mucha presencia en grandes escenarios, pero sí que era uno de los favoritos en la escena de club, y una de esas noches de jueves épicas en Eleven, Ángel se ganó a base de tiros y chismes a Rojas, uno de los promotores del festival, y consiguió colocarle de lleno en el cartel.
Fue uno de los sets que más se había preparado hasta la fecha, preciso, contundente, arrollador… y con muy poco espacio para la improvisación, ya que le habían colocado entre dos internacionales, C.Gassan y Onix, y esperaba que hubiera muchos ojos pendientes de sus movimientos.
No hubo absolutamente ningún fallo, nada que desencajara, y no faltaron bailes entre el público ni palmadas en la espalda. Pero es cierto que en su cabeza quedó aquel regustillo amargo del “ha estado bien”, de lo que funciona pero no emociona, o por lo menos no a sí mismo.
Al día siguiente, por la tarde, fue a visitar a su padre, ya que los preparativos le habían tenido encerrado muchas horas en el estudio, y había recibido varias llamadas de su hermana haciendo su típica sutil presión para que no demorara mucho la visita.
Sabían que era muy difícil que aquel cáncer remitiera, los médicos lo habían ponderado bastante claro con sus estadísticas, pero existía la posibilidad, y además últimamente su padre se encontraba bastante bien, o al menos eso parecía. En cualquier caso él estaba convencido de que sería una larga batalla, y poco a poco se había ido desplazando a la retaguardia, limitándose a obtener toda la información actualizada de los partes médicos y a valorar las alternativas.
Al llegar a casa no notó nada diferente, Aurora andaba entre pucheros, embriagando la casa con ese aroma de la tierra, y su padre en el salón, en su butaca favorita, frente a la ventana. Y con un nocturno de Chopin gobernando el momento, claro.
Nada más verle aparecer le sonrió, con ese brillo tan trascendental, y le preguntó por su actuación. Le dijo que todo había salido perfecto, y entonces su gesto cambió. Siempre miraba muy lejos cuando reflexionaba, pero su mirada nunca parecía perdida, como si enfocara hacia algún plano oculto que solo él divisaba. Y se mantuvo en silencio durante largos instantes, dejando que la música lo inundara todo. Nunca le temió al silencio, siempre le dejaba su espacio, su importancia, pero esta vez el silencio parecía sonar diferente.
Por fin se decidió a sentarse frente a él, algo inquieto, y su padre cambió de enfoque para mirarle profundamente, con una mezcla de curiosidad y melancolía. Finalmente inspiró, como si intentara llenarse de vida, y pausadamente le preguntó, “¿y qué es para ti la perfección?”.
No era extraño que su Padre les lanzara preguntas filosóficas en medio de cualquier conversación, y se habían acostumbrado a tratar de afrontarlas desde que eran pequeños, aunque en los últimos tiempos él se había hecho experto en esquivarlas con elegancia. Pero esta vez no había escapatoria, de hecho su propio cuerpo se quedó paralizado, quizá bajo el influjo de la hipnótica mirada de su padre. La pregunta le pegó de lleno, en la frente, sacudiendo los posos de sus pensamientos.
– Bueno, supongo que está asociada con la precisión…
– ¿Entonces un día perfecto es un día preciso?
– No exactamente… es un día en el que todo ha salido bien. En el que no ha habido fallos, ni errores, ni problemas.
– ¿Podrías afirmar que para ti un día en el que nada falla, porque nada ocurre, nada avanza, es un día perfecto? Y qué me dices de un problema que se resuelve… ¿No puede dar un resultado perfecto?
– Quizá el significado de perfección sea relativo al ámbito en el que se aplique…
– Vale, apliquémoslo a la música. ¿Existe la melodía perfecta?
No supo responder a aquella pregunta, pero le prometió que lo pensaría. Le dijo que incluso algún día podría llegar a componerla, que quizá eso fuera más fácil que explicarlo con palabras.
– Me parece genial hijo, eso es lo que han intentado los más grandes talentos a lo largo de toda la historia. Solo déjame recordarte una cosa, lo importante no es la respuesta, sino lo que descubras en la búsqueda.
Aquella fue su última conversación. Unas horas después, al llegar la noche, su Padre cerró los ojos, y no volvió a abrirlos. “Ha iniciado su gran viaje, una nueva búsqueda, sin los límites del plano físico”, decía solemne su amigo Enrique en su discurso durante el funeral.
Pero él ya no escuchaba, estaba harto de palabras que no explicaban nada, que solo cuestionaban, elucubraban, fantaseaban. Harto de páginas en blanco, como las que quedaban en aquel cuaderno; de preguntas sin respuesta, como la que decidió enterrar aquel mismo día en que su padre decidió irse.