«Algunos hombres agraciados, imitando la armonía de las esferas, lograron elevar su alma hasta el más allá».
Abrir los ojos se convierte en una experiencia intensa. La luz de la mañana le empapa la cara y la realidad se muestra nítida y vívida. Pero no se mueve. El cuerpo sigue plenamente fusionado con el colchón, no pesa, no duele. No piensa. Solo está.
El parpadeo de la luz del móvil funciona como faro y va activando poco a poco el raciocinio. La persiana está abierta. Es de día. Es… ¿lunes? Se decide a mover el brazo, sabiendo que ya no podrá volver al mismo estado. Coge el móvil. Muchos mensajes. Se queda en pausa. Empieza a aterrizar. Ángel, el Hedoné… El caos. O Kaos, mejor dicho. No recuerda haberse acostado, no recuerda cómo ha vuelto a casa. Está claro que algo en su cabeza está empezando a fallar.
Por suerte Ángel le ha enviado dos fotos de ambos envueltos en oscuridad a las 5:30 y un “a salvo” a las 7h. Además tiene otro mensaje de un número sin nombre pero ya conocido, de hace tan solo unos minutos.
– ¿Cómo suena la oscuridad?
Suelta el móvil. Demasiado. Muchas realidades, todas superpuestas. Ya no sabe dónde está, un poco en todas, mucho en ninguna. A ver, por orden, pero ¿qué orden?, ¿qué demonios está pasando en su cabeza?, ¿en qué momento el caos se ha apoderado de su pensamiento? El caos… el más bello y seductor caos.
Café. El principio de todas las cosas. Y tele, una dosis de realidad mundana. La imagen de una ciudad china desierta y de un enorme recinto lleno de gente con mascarilla, y trajes de protección estremece su percepción del caos, en el mundo matinal no resulta tan seductor.
El café siempre sabe mejor con banda sonora, así que mejor la radio, que se encargue otro hoy de elegir, y a abrir las ventanas. Hace frío, pero el sol tiene mucha energía… Pese a las secuelas de la noche en su cuerpo, le impulsa a salir y respirar vida.
Es raro, pero en Madrid nunca sale si no tiene un sitio a dónde ir. No es como en el pueblo, donde sales a pasear, a estar, contigo mismo y con el mundo. Pero hoy se atreve a inventarse una excusa, quiere comprar una planta, un ser vivo con el que compartir espacio. Al final de su calle hay una floristería, con un montón de aromáticas que invaden la acera. En la entrada, le recibe un enorme cactus que parece que le observa saludando.
– Hola “Echinopsis Pachanoi”, yo soy Víctor, encantado de saludarte.
– Orfeo…
Por suerte la voz procede de su espalda y puede estar seguro de que no ha sido el cactus. Aun así se recrea en el momento sonriéndose por dentro, manteniendo el cruce de miradas con su nuevo amigo. Nadie interrumpe la escena así que finalmente se da la vuelta, y se sorprende de la juventud y timidez de la figura que tiene delante, y de su belleza, como si fuera una más entre todas esas orquídeas que la rodean, todas silenciosas.
– ¿Nos conocemos?
Apenas se mueve pero su mirada prende antes de contestar.
– No… Bueno, sí…
– ¿Me recuerdas tu nombre?
– No nos conocemos así. No sabes mi nombre, ni yo el tuyo, bueno ahora sí, porque se lo dijiste a San Pedro.
– ¿A quién?
– Al cactus.
– ¡Ah! Jajaja. ¿Entonces se llama Pedro?
– Bueno, San Pedro se le llama a un tipo de Trichocereus, ya sabes, por los viajes.
– Pues me temo que no lo sé… ¿qué viajes?
– La mescalina… El nombre se San Pedro viene por sus propiedades alucinógenas, ya que permite a los humanos conectar con el más allá, y es San Pedro quien dispone de las llaves del cielo.
– Ah… ¿es como el Peyote entonces?
– Algo más sutil.
– Vaya, sabes mucho de plantas, pareces muy joven. ¿Me recuerdas de qué nos conocemos?
Su mirada vuelve a encenderse.
– Quizá yo te conozca a ti más, pero a veces siento que tú también me conoces. No aquí, en la pista, claro. Es algo… cósmico.
– ¿En alguna sesión?
– En muchas.
– Oh, pues qué grata sorpresa. Perdona pero mi público no suele ser tan joven.
– ¿Tan seguro estás?
Le resulta muy indiscreto volver a incidir en su apariencia casi infantil pero ya no sabe cómo salir.
– Bueno quizá es que yo últimamente me siento muy mayor…
– Te vas a llevar genial con Pedrito, él sabe muchas cosas, también se siente mayor. Aún le quedan unos añitos para estar en el punto óptimo, pero si llega el día en el que preparas un ritual con él podrías llamarme, me harías muy feliz.
– Claro, si llega ese día, te aviso. Tendrás que decirme cómo encontrarte, y cómo sabías que venía a por Pedrito.
– A mí me lo ha dicho él, a ti también te lo dirá.