«La música tiene la capacidad de gobernar el alma, para bien o para mal».
La taza se llena hasta arriba de un café ennegrecido que apenas deja espacio a un suspiro de leche. Poco a poco, trago a trago, intenta encender y ecualizar sus módulos de pensamiento, aunque la gasolina no parece fluir lo suficiente. Los despertares se han ganado el destierro de aquello que algunos llaman la zona de confort, y es que en los suyos el confort es desplazado por la desorientación, la sinrazón, la espesura.
El móvil siempre sirve de conexión mundana cuando la realidad resulta difusa, lo extraño es que no recuerda la última vez que lo ha visto. Tras revisar meticulosamente todos los enclaves razonables, el maldito aparato no aparece y su frustración matutina comienza a dominarle.
Vuelve a coger el teléfono fijo que poco antes lo perturbó todo, y comienza a seguir el sonido del móvil. Sus pasos recorren el pasillo hasta adentrase en el estudio. No cabe duda de que está allí, pero a la vez parece no estar en ningún sitio, como si se hubiera colado por un agujero hasta otro plano de la realidad, y solo pudiera percibir sus ecos.
Su desconcierto roza el botón del mecanismo que activa ese dolor opresivo en la sien izquierda. Tira con rabia del brazo del sofá que custodia la estantería. El móvil está ahí, de pie, como un niño a punto de ser encontrado en su escondite, en un lugar tan absurdo como imposible. Ni si quiera recuerda haber entrado en el estudio anoche. Quizá se le calló antes de salir a ver a Puma; quizá la cabeza le traiciona una vez más.
Para poder alcanzarlo aparta una vieja caja de madera que sirve de cuna para una pila de vinilos. Encima, como si se hubiera negado a ponerse en la fila, ese sol amarillo que tantas veces había sonado, resplandeciente, en los platos de su estudio, y que parecía haberse apagado. Finest Dream / And If (Silicone Soul remix) editado por el sello Rebirth.
“Casi había olvidado” la tarde en la que Lucía lo trajo en aquella eterna bolsa morada. Las esquinas de la carátula estaban algo desgastadas, y se notaba que había girado por muchas superficies, pero ella lo sostenía en las manos con esa media sonrisa perdida entre el enigma y el entusiasmo.
– Lo encontré.
Silencio. Esperaba obtener algún detalle más para no errar en su respuesta.
– Es para ti.
Rápidamente cambió su cara de imbécil desconcertado por una sonrisa apresurada.
– Muchas gracias Lu, ¿celebramos algo?
– Sí, el autodescubrimiento.
Ocultó una mueca desacompasada.
– Claro… llevo tiempo pensando en lo bien que nos autodescubrimos.
– Sí Vic, pero queda mucho camino.
No entendía nada de nada, pero por alguna razón su ego señalaba una sutil amenaza.
– ¿…Me explicas?
– Siempre dices que la música habla por sí misma…
Lucía se sentó en el suelo, en una de esas estrambóticas posturas, y esperó, con los ojos cerrados. Los violines empezaron a protagonizar la escena, en la que parecía respirarse un clima de batalla. Pero no de una pelea, quizá una guerra interior.
Escuchó atentamente los matices de la composición haciendo algún comentario técnico que Lucía ignoró por completo. Después de dejar que se extinguiera el último beat y tras un leve silencio, se atrevió a preguntar.
– ¿Y bien?
Lucía sonrió.
– Y mal.