«Las coincidencias ayudan a comprender los patrones que se ocultan bajo las apariencias».
Cuando Trígono aparece como una sombra, tras Fer, en la parte posterior de la cabina, parece otro. Envuelto en un halo de serenidad y concentración, mantiene la vista clavada en la pista, como un gran felino que aguarda observando a su presa, seguro y confiado de que sin lugar a dudas se convertirá en su cena. Fer, sonriente, apura los últimos minutos contoneando el ambiente con el vaivén de sus manos.
Entonces se percata de que debajo de la habitual repisa de la cabina, hay predispuesto todo un arsenal de sintetizadores, cajas de ritmo, sampler y pedales de efectos, en una disposición similar a la que él utiliza para sus propios live, pero incluyendo algunos juguetitos extra. Se ve que el chaval no ha mentido cuando ha dicho que venía preparado…
La transición entre ambos artistas se cala en una leve pausa que da paso a los ecos del público que ya se dispersa por casi toda la sala. Nada como el silencio para mantener su atención.
Trígono no parece tener ninguna prisa, va precisando cada uno de sus movimientos hasta que da paso a un zumbido tan intrigante como imparable que inevitablemente se empieza a entremezclar con otro zumbido, el de las palabras de Ángel.
– A ver qué tal, parece que le falta un poco de rodaje. Pero vamos, es el reclamo perfecto, esto está lleno de polluelos, nos viene de perlas, estos son los que salen tío, los que llenan las salas, al fin y al cabo los que deciden las modas. Relevo generacional… ¿Qué tienes preparado para hoy?
No sabe qué le ha sentado peor, si la interrupción o la pregunta.
– Vamos a ver qué se cuenta el chaval, y en base a eso ajusto, tengo algunas perlas nuevas…
Espera que la respuesta esté lo suficientemente bien calibrada para que no se generen más preguntas. Éxito absoluto.
– Genial tío, voy a por un trago, ¿qué quieres?
– Agua, de momento.
– Joder Vic ya pareces un cincuentón. Pero bueno, la noche es larga…
Se arrepiente de no haberle pedido uno de esos gin-tonics de moda llenos de ingredientes imposibles para que esté todo el tiempo posible husmeando entre los camerinos y las barras, al fin y al cabo es su terreno.
Desde el reservado tiene una visión privilegiada de los movimientos de Trígono, y de su gesto, cada vez más lejano, como si se adentrara en otro plano. Un paisaje mental que se refleja con todo lujo de detalles en su sonido.
Aunque como de costumbre, hay unas cuantas ovejitas despistadas, la mayor parte del público está totalmente dentro de la sesión. Especialmente aquella chica subida en el altillo, que baila con contoneos suaves y poco usuales… como una sílfide ajena a la corriente terrestre.
El discurso musical de Trígono avanza llenándose de matices, sin grandes giros ni concesiones; hasta que unos ritmos rotos lo estremecen todo… Arriesgado, sin duda, pero Trígono no se inmuta ni un ápice, ajeno a la catarsis, acerca mucho su cuerpo a la mesa, como si quisiera sincronizar sus latidos, mientras deja que se cuele un murmuro apocalíptico. Y, de repente, silencio; un silencio sostenido, pulcro, que da paso a un bombo espectacular.
El público responde entregado, aunque Trígono permanece impasible, sumido en sus precisos movimientos. Es exactamente la misma impresión sonora que él había intentado plasmar en la maldita canción para Odissey. Solo que bien conseguida. Y funciona a la perfección, tal y como había imaginado.
A veces, las coincidencias son odiosas, nada habría cambiado si no hubiese estado allí esa noche, pero allí está… Hasta el propio Trígono pensaría que le había plagiado si publicaba algo tan similar… El colmo de la decadencia.
El set ya está bien avanzado cuando Ángel regresa con su copa medio vacía, dos chupitos de jägger, y sin botella de agua. Tiene el gesto apretado, y esa mirada inquieta que no acaba de posarse en ningún sitio.
– Tío, hoy lo partimos. Lo huelo, es una de esas noches…
– Lo que hueles es otra cosa…
– ¿Cómo? – Acerca demasiado su cabeza.
– Que voy al camerino para ir preparando las cosas. – Corrige velozmente.
– Claro, está Lula por allí esperándote, vaya material tiene la modernita.
Todo el trayecto hasta la trastienda lo hace pensando en poder esquivarla, sin esperanza. Allí está, frente al espejo, junto a otro chico casi tan estrambótico como ella. Hablan entre susurros entrecortados.
– Pareja.– Su expresión ha sido tan seca que se ve obligado a añadir una sonrisa extra.
– Orfeo… – Dice el chico saboreando cada una de las letras – Siempre me ha encantado ese nombre.
Rápidamente se da cuenta de que esa “pareja” solo comparte sus gustos viciosos.
– Aquí tienes lo tuyo, Vic.
– Gracias pero llevo un par de días con migraña, quizá luego.
– Tengo otras medicinas, si quieres…
– Quizá luego – guiña un ojo intentando satisfacer las ansias de complicidad de Lula.
Al fin y al cabo lleva siglos formando parte del equipo de Mambo, incluso puede que fuera ella quien le dio el empujón definitivo a la decisión de Fer de contar con él en la programación.
Se dirige hacia la cabina con la maleta de vinilos y, cuanto más se acerca, más se siente como un niño que ha olvidado el bocata para el recreo. Intenta disimular su presencia al máximo para no distraer la atención de Trígono, o quizá para gozar de unos últimos minutos de intimidad antes de exponerse ante los cientos de miradas extasiadas que inundan la pista.
No hay excesiva entrega, pero el público parece estar hipnotizado, más silencioso que de costumbre, bajo el influjo de aquella figura delgada que parece haber sido poseída por un ser de otro planeta.
La corriente musical se adentra en un embudo que reduce la frecuencia hasta dejar paso al silencio. Y de nuevo aparece el brillo de ese chaval que, entusiasmado, aplaude con las manos en alto al público y dedica gestos y ademanes a los eufóricos de primera fila, y casi hasta parece dar pequeños saltos de alegría.
Se gira de golpe y sin mediar palabra le abraza, como si en todo momento hubiera sido consciente de su presencia. Fer se ocupa de despejar rápidamente la mesa de operaciones y tenderle una mano para ayudarle a colocar del equipo, no sin antes dedicarle otro abrazo. La efusividad parece haberse contagiado…Y lo cierto es que se siente reconfortado, como si le hubieran invitado a jugar con el mejor equipo en el recreo. Ya no echa en falta el bocadillo.
No hay dudas, casi más bien una corriente que por sí sola coloca “Nullius in Verba” en el primer plato. Es la pieza perfecta, la única posible. Ahora debe encontrar la mezcla perfecta.
Tampoco se gira, pero tiene la certeza de que Trígono sigue ahí con su mirada de niño enamorado. Se siente lo suficientemente libre como para jugar, jugar con el público, en una subida progresiva y desconcertante, ya llegará el bombo.
Aún quedan 2 min para mezclar el disco en ese instante perfecto, momento ideal para el contacto visual. Sí, la pista está llena y el público decidido, menos aquella chica del altillo… Espera quieta y mira al suelo, o quizá tiene los ojos cerrados; y en realidad no está quieta, aunque tampoco baila… vibra.
Vibración. Profunda y armónica, como si el cuerpo fuera una extensión de la tierra mientras la mente sube al cielo.
Transcurren los minutos, los beats y las mezclas, y el movimiento de esa chica se convierte en un pivote al que aferrar el ritmo de la sesión, como si de un baile íntimo se tratase. La complicidad se contagia a través del sonido hasta las miradas del público, que sonríe morboso en un ritual perfectamente orquestado.
Ensoñación. Versos. Atmósferas. Truenos. Y una estridente palmada en la espalda que le secuestra del momento para devolverle al escenario.
– A tope tío, menudo rollazo…
Son las 5:45 y Ángel hace su mítica reaparición para evaluar el cierre desde la cabina, enmascarado por la pantalla de su Iphone, que rota buscando el ángulo para la instantánea más épica.
Hacía tanto que no cruzaba ese umbral espacial que le abstraía de su habitual secuencia. Pero esta vez la improvisación y la conexión le han abierto la puerta. Al bajar de nuevo, vuelve a sentir la ansiedad de la elección. Ha sido un gran set, lo sabe, pero siente que la última pieza puede desmoronarlo todo, como un castillo de naipes…
Mientras suben las pulsaciones baja el ensimismamiento, sumido en la búsqueda de la pieza perfecta. Algo reconocible pero solo para unos pocos, clásico pero no antiguo, profundo pero atronador…
¿Y si…? Sí.
Se aferra al violín para volver a introducirse en la escena, quiere jugar, no ser el árbitro, ni un espectador. Y vuelve a mirar hacia la esquina, pero ella ya no está. No puede evitar sentir decepción, esperaba poder bailar ese último tema con ella, aunque no sea ella. Quizá no haya sido la elección adecuada.
La pista le concede su bendición, se mueve ávida y tórrida, y se esfuerza en agarrar el momento. Cierra los ojos para sentirlo dentro, y el bombo lo estremece todo. Al abrirlos, y devolver la mirada al público, se encuentra con ellos… Unos ojos profundos y oscuros, absorbentes, custodiados por una chaqueta con capucha que difumina el resto de la figura, envuelta por un movimiento inconfundible.
Un loop, un destello, un instante, y el túnel se abre y se cierra al vibrar con los acordes que anuncian el final del disco y dan paso a la luz, al ruido, al mundo… al vacío, y la soledad.
Dios que intensidad. Se me ponen los pelos de punta.
Me imagino el One, me imagino a Mulero. Siento la emoción de trigono y el hastio de Vic con el mundo y lo quelo devuelve a la vida. La complicidad enla pista y la chica bailando… Y la aparición de esos ojos. Tia que descripciones.